El cuento de un viejo funcionario

Se jubiló  el viejo funcionario, y su despedida fue lamentable: en su último día se emborrachó, y le agarró las tetas a la compañera que siempre deseó, y llamó a la ministra a putearla, y salió del ministerio tambaleándose mientas todos sus compañeros lo miraban por la ventana, y mientras sus compañeros lo veían, el viejo funcionario trató de cruzar el parque y cayó, borracho, y pataleó y putió de nuevo y vomitó. Y sus compañeros tuvieron que llamar a la mujer gringa para que viniera por él (ella, la mujer que desposó al funcionario en Estados Unidos, en una universidad elegante en la que ambos estudiaban cuando él era un joven prometedor, rico heredero de un país tropical, ensayista, soñador y poeta). Y su esposa lo levantó, y de los pantalones sacudió la tierra acumulada por décadas de cobarde servicio, de comodidad y cinismo, y la mujer gringa se llevó al esposo al que había amado, mientras sus compañeros lo miraban por la ventana y nadie, ni el viejo burócrata ni los nuevos funcionarios se hicieron la única pregunta que el viejo ya no se hacía, y que la mujer nunca se ha dejado de hacer.

Julián David Correa.

 

 

 

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