De Ricardo Piglia

“…No solo con mujeres, ya te digo, sino que pasaban cosas. Yo era un tipo disponible, en eso consistía la sensación fascinante de vivir en medio de la aventura. Podía levantarme en mitad de la noche o salir al atardecer, subir a un tren y bajarme en cualquier lado, entrar en un pueblo desconocido, pasar la noche en un hotel, cenar entre extraños, viajantes de comercio, asesinos, caminar por calles vacías, sin historia, un tipo anónimo, un extranjero que observa o se imagina las aventuras que se desencadenan a su alrededor. Ésa era para mí, en aquel tiempo, la posibilidad fascinante de la aventura. Ahora me doy cuenta de que, no bien los hijos de mamá se van de casa, la realidad se les convierte instantáneamente en una especie de representación figurada de lo que fue por ejemplo para Herman Melville dedicarse a cazar ballenas en el mar blanco. Los bares son nuestros barcos balleneros, lo que no deja de ser a la vez cómico y patético. Para colmo en esa época yo estaba convencido de qué iba a ser un gran escritor. Tarde o temprano, pensaba yo, me voy a convertir en un gran escritor; pero primero, pensaba, debo tener aventuras. Y pensaba que todo lo que me iba pasando, cualquier huevada que fuera, era un modo de ir haciendo ese fondo de experiencias sobre el cual los grandes escritores, suponía yo, construían sus grandes obras. En aquel tiempo, a los dieciocho, diecinueve años, yo pensaba que al llegar a los treinta y cinco habría agotado ya todas las experiencias y a la vez iba a tener una obra hecha, una obra tan diversa y de tal calidad que me iba a poder ir cuatro o cinco meses a París a pasarme la gran vida.”

Ricardo Piglia en RESPIRACIÓN ARTIFICIAL

PS: Pero unas páginas antes ese mismo personaje dice: “Escucho una música y no la puedo tocar: no conozco mejor síntesis del estado en el que estoy…”

 

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