PORQUE ESTÁBAMOS EN TINIEBLAS Y AHORA VEMOS:
LA ETERNA NOCHE DE LAS DOCE LUNAS*
Vamos a imaginar a una sociedad que vive en el desierto, donde las morenas mujeres se visten con largos mantos coloridos, que ellas mismas tejen con las luces de las flores que nadie ha visto. Imaginemos que en esa sociedad, los hombres tratan a las mujeres con distancia y negocian su matrimonio con dinero y chivos. Esta gente que imaginamos tiene un ritual con más de dos siglos de antigüedad, en el cual cuando las niñas reciben su menarquia, se encierran un año sin salir al sol, aisladas de todas las miradas, comunicadas con la gente de la ranchería a través de una alta ventana, tejiendo constantemente y en contacto directo con un mundo de mujeres del que únicamente hacen parte su madre y su abuela. La tradición dice que las niñas que pasan por ese encierro tienen mayores posibilidades de encontrar un mejor marido. Imaginemos que ese ritual existe y que esa cultura también. Puestos a hacer conjeturas, podría uno suponer los comentarios que sobre esa sociedad harían los occidentales que han ganado dos guerras mundiales: ¿qué escribirían de este pueblo? ¿Que son unos salvajes? ¿Que es una nación machista que objetualiza a las mujeres? Ya podemos ver las reacciones violentas… Sin una película como La eterna noche de las doce lunas, podrían pensarse cosas así.
La eterna noche, relata el ritual de paso de niña a mujer entre los wayúu de la Guajira. Una sociedad que existe, y un ritual que sobrevive en pocas familias. Durante más de dos años, la realizadora Priscila Padilla maduró este proyecto y logró encontrar a su protagonista (Fila Rosa Uriana). Durante doce lunas, Padilla acompañó a esta niña y con amoroso cuidado tejió las imágenes de este documental que comparte una experiencia única, y que permite que todos los espectadores alcancen un poco de comprensión acerca de lo que significa ser una mujer wayúu.
Aunque muchos colombianos no lo saben, las relaciones entre el cine y los indígenas no son nuevas. La historia de la presencia indoamericana en las pantallas nacionales no empieza con trabajos inteligentes como el de Padilla, sino con escenificaciones en las que los indios son parte del decorado o sus costumbres son atributos del mal (Amanecer en la selva, M. Rodrígez, 1950). Es a final de los años setenta que algunos amerindios participan de manera activa en las películas que los representan (Nuestra voz de tierra, memoria y futuro, Marta Rodrígez y Jorge Silva, 1976-81), y en ese proceso adquieren la formación que les permite hacer sus propios trabajos. Este camino ha conducido al hecho de que en la actualidad, una decena de pueblos indígenas sean autores de sus imágenes para todo tipo de pantallas[1].
Priscila Padilla no es una realizadora indígena, pero ha explorado el mundo wayúu con respeto. Padilla es una documentalista colombiana con experiencia y una sólida formación. Padilla se graduó en Dirección Cinematográfica en el Conservatoire Libre du Cinéma Français, en París. La lista de reconocimientos que Padilla ha recibido por su trabajo incluye la Mención de Honor a la Mejor Serie Documental (Red de América Latina de Televisiones Culturales, 2003) por Las mujeres cuentan y el Premio para la Realización de Documentales (CNACC–FDC[2], 2009, y Cinemateca Distrital-FGAA, 2010), por Nacimos el 31 de diciembre, entre otros. La eterna noche de las doce lunas se pudo realizar gracias a los premios de guión y producción del CNACC-FDC (2008 y 2009), y a un Premio de Coproducción del Fondo IBERMEDIA (2010).
No solo es la formación y la experiencia de Priscila Padilla la que la prepara para la realización de La eterna noche. Como en todos los artistas, en el caso de Padilla hay una conexión entre su obra y su vida. Padilla declara en una entrevista concedida a Margareth Sánchez[3] para el portal Confidencial Colombia[4]:
“Entendí que las mujeres teníamos mucho que decir, pero lo que veía era que las historias las contaban los hombres […][La eterna noche] es la búsqueda de mí misma como mujer, a nivel personal siento que tenía mucho que decir, un poco buscando a mi mamá. Mi mamá me abandonó cuando yo era chiquita, me crié con mi papá, entonces era mi propia historia […] la búsqueda de la relación con mi mamá”.
El encierro de las wayúu es el ingreso a un mundo femenino, en el que se abandona el universo indiferenciado de los infantes para entrar en contacto con lo que significa ser mujer, por boca de las mujeres de la familia. Mientras se prepara el encierro de Fila Rosa, se ve a una niña feliz y un poquito asustada, que vigila la construcción del lugar de su reclusión y que escoge la tela colorida que la acompañará. Cuando el ritual se inicia, una niña entra al encierro y cuando concluye, es una mujer wayúu la que sale.
En el FICCI 53, La eterna noche de las doce lunas recibió el premio especial del jurado. Uno de los jurados, el realizador Peter Webber (Girl with a Pearl Earring, 2003), dijo de esta cinta: “Se habla mucho de paz, pero más que todas las imágenes de guerra y muerte que hemos visto, son trabajos como éste los que nos acercan a los otros, porque nos permiten comprender mejor a quienes piensan diferente.”
[1] Para mayor información, consultar el libro electrónico: Cuadernos de Cine Colombiano de la Cinemateca Distrital, No. 17A y 17B: «Cine y video indígena del descubrimiento al autodescubrimiento»
[2] CNACC-FDC: Consejo nacional para las artes y la cultura en cinematografía, Fondo para el desarrollo cinematográfico de Colombia.
[3] Twitter: @MargieSanchezM
Son lecturas que nos hacen reflexionar, ante diferentes costumbres pero que son respetadas en su comunidad..