Primo Levi: Trilogía de Auschwitz

Primo Levi: Trilogía de Auschwitz

Uno de los libros más importantes del siglo XX es “Si esto es un hombre”, el primero de la “Trilogía de Auschwitz”. Mucho se ha escrito sobre Primo Levi y sus libros, así que sólo voy a sumar unas frases.

Escribir sobre algo atroz que el autor ha vivido es muy difícil: a la necesidad de restaurarse se aúnan la voluntad de dejar memoria para los demás y el interés de hacerlo con calidad. Tras un hecho traumático, algunos se arrojan a la represión, pero otros sienten la necesidad de convertir el vacío, la rabia y el dolor en algo que tenga sentido. En “Si esto es un hombre” me conmueve la claridad y la distancia que Primo Levi asume: él es una víctima, pero no narra con quejas o juicios, narra con hechos y son esos hechos despojados de emociones los que son capaces de conmover sin bloquear la razón. Más que un escritor, Primo Levi se considera un testigo que relata para dejar constancia de lo visto, para evitar que se olviden los horrores de los que todos debemos aprender:

“Fue la experiencia del Lager lo que me obligó a escribir: no tuve que luchar contra la pereza, los problemas de estilo me parecían ridículos, encontré milagrosamente tiempo para escribir sin robar jamás una hora a mi oficio cotidiano: me parecía tener este libro entero en la mente, sólo tenía que dejarlo salir y que descendiera al papel.”

Primo Levi, nacido en Turín en 1919 y químico de profesión, se unió en 1943 a los partisanos que luchaban contra el fascismo de Mussolini y sus aliados nazis, pero en diciembre de ese año fue capturado y llevado a un campo de trabajo que hacía parte del complejo de Auschwitz:

“… el imperio concentracionario (sic) de Auschwitz no estaba formado por un solo Lager, sino por unos cuarenta: el campo de Auschwitz propiamente dicho se alzaba en la periferia de la ciudad del mismo nombre (Oświęcim, en polaco), tenía capacidad para unos veinte mil prisioneros y, por así decir, era la capital administrativa del conjunto; además estaba el Lager (o más exactamente el grupo de Lager: de tres a cinco, según la época) de Birkenau, que llegó a contener a sesenta mil prisioneros, de los cuales cuarenta mil eran mujeres y en los que funcionaban las cámaras de gas y los hornos crematorios; y finalmente un número continuamente variable de campos de trabajo, alejados de la ‘capital’ hasta cientos de kilómetros: mi campo, llamado Monowitz, era el más grande de éstos y había llegado a tener doce mil prisioneros. Estaba a unos siete kilómetros al Este de Auschwitz. Toda esa zona se encuentra hoy en territorio polaco.”

En su reclusión Primo Levi tomaba apuntes, aunque lo hacía muy de vez en cuando, sabiendo que podía morir si alguno de sus carceleros los encontraba. Sobre haber sobrevivido al campo de exterminio, Primo Levi afirma que no lo logró tanto por su modesto entrenamiento para la vida en la montaña o por sus conocimientos de química (que le permitieron pasar los últimos meses trabajando en un laboratorio), sino por suerte, que fue por puro azar que conservó la vida donde otros millones murieron. Primo Levi pasó diez meses en Monowitz, y luchó no sólo para sobrevivir sino para evitar ver a los demás y a sí mismo como a un objeto. Al respecto tomó nota de lo que le aconsejó otro compañero de desgracia, un judío que fue suboficial del ejército austrohúngaro, un soldado al que habían condecorado por sus servicios en la Primera Guerra Mundial:

“… que precisamente porque el Lager es una gran máquina para convertirnos en animales, nosotros no debemos convertirnos en animales; que aun en este sitio se puede sobrevivir, y por ello se debe querer sobrevivir, para contarlo, para dar testimonio; y que para vivir es importante esforzarse por salvar al menos el esqueleto, la armazón, la forma de la civilización. Que somos esclavos, sin ningún derecho, expuestos a cualquier ataque, abocados a una muerte segura, pero que nos ha quedado una facultad y debemos defenderla con todo nuestro vigor porque es la última: la facultad de negar nuestro consentimiento. Debemos, por consiguiente, lavarnos la cara sin jabón, en el agua sucia, y secarnos con la chaqueta. Debemos dar betún a los zapatos no porque lo diga el reglamento sino por dignidad y por limpieza. Debemos andar derechos, sin arrastrar los zuecos, no ya en acatamiento de la disciplina prusiana sino para seguir vivos, para no empezar a morir.”

Lo que Primo Levi vivió no se ha superado, esos hechos monstruosos siguen existiendo en otras escalas. Es evidente que Hitler es culpable, pero centrar el asunto de la ‘solución final’, del exterminio judío sólo en la psicopatía de un líder es ridículo y Primo Levi no deja duda: también los que obedecen órdenes criminales son criminales. Hay que desconfiar de los profetas y los líderes, hay que desconfiar de quienes piden renunciar a la razón en beneficio de la emoción patriótica (o de cualquier otra):

Primo Levi

“Hay que desconfiar, pues, de quien trata de convencernos con argumentos distintos de la razón, es decir, de los jefes carismáticos: hemos de ser cautos en delegar en otros nuestro juicio y nuestra voluntad. Puesto que es difícil distinguir los profetas verdaderos de los falsos, es mejor sospechar de todo profeta; es mejor renunciar a la verdad revelada, por mucho que exalte su simplicidad y esplendor, aunque la hallemos cómoda porque se adquiere gratis. Es mejor conformarse con otras verdades más modestas y que entusiasman menos, las que se conquistan con mucho trabajo, poco a poco y sin atajos por el estudio, la discusión y el razonamiento, verdades que pueden ser demostradas y verificadas.”

Lo que los nazis y sus cómplices hicieron es espeluznante, nunca la humanidad había alcanzado ese grado de sofisticación para el exterminio de una parte de sí misma, ¿cómo es posible que los Lager, esas maquinas de la deshumanización y la muerte estuvieran funcionando en la Polonia ocupada por los nazis y en Alemania sin el conocimiento de sus ciudadanos? Había otra forma de complicidad:

“En la Alemania de Hitler se había difundido una singular norma de urbanidad: quien sabía no hablaba, quien no sabía no preguntaba, quien preguntaba no obtenía respuesta.”

Todo argumento debe pensarse bajo la evidencia de los hechos, no puede haber temas vedados a la mirada de la razón. El pueblo judío fue la víctima más grande de los nazis (y también fueron víctimas los disidentes políticos, los gitanos y los homosexuales, entre otros), pero hay testimonios de la existencia de judíos que fueron cómplices de los crímenes nazis, como lo muestra Levi y lo demostró Hannah Arendt en sus crónicas sobre el juicio de Eichmann. También de esos secuaces que eludían la muerte se debe aprender. Ese es un tema delicado, sobre el que mucha gente no quiere hablar, alguna vez mencioné el asunto y una amiga de Tel Aviv, con rabia envuelta en tono pedagógico me dijo: “Era su única alternativa para sobrevivir, ¿qué hubieras hecho tú?”. Y es verdad que es imposible juzgar, pero aquel día hubiera querido tener a mano una frase de Levi:

“Toda víctima debe ser compadecida, todo superviviente debe ser ayudado y compadecido, pero no siempre pueden ponerse como ejemplo sus conductas.”

Primo Levi sobrevivió y en 1946, a lo largo de pocos meses escribió “Si esto es un hombre”. El libro está dividido en 17 capítulos y un apéndice de 1976. “Si esto es un hombre” fue rechazado por varias empresas, y apenas una pequeña editorial lo publicó en un primer tiraje que interesó a muy pocas personas (“la gente no tenía muchas ganas de regresar con la memoria a los dolorosos años que acababan de pasar”, explicó en 1976). Tras la guerra, Levi regresó a Italia y se dedicó a su oficio, a la química. El libro, como las conferencias que Primo Levi constantemente daba, eran una manera de dar testimonio de lo sucedido, aunque fueran pocos los que estaban dispuestos a escuchar. En 1958 la editorial Einaudi reimprimió su obra y a partir de ahí los lectores, las conferencias, las entrevistas y las traducciones se multiplicaron, y Levi escribió una abundante cantidad de artículos y dos libros más que continuaban su historia: “La tregua” (1963) y “Los hundidos y los salvados” (1986). El 11 de abril de 1987 Primo Levi cayó por el hueco de las escaleras del edificio en que vivía. De esa muerte algunos dicen que fue un suicidio y otros que fue un accidente.

¿Porqué unos sobreviven y otros mueren en los campos de exterminio? De eso se ocupa el capítulo “Los hundidos y los salvados”. En la mejor versión de una respuesta posible, los que sobreviven lo hacen porque quieren dar testimonio de los vivido, porque sus vidas tienen sentido, porque se niegan a verse a sí mismos y a los otros como a objetos. En la peor respuesta posible, sobrevive siempre el más brutal, el más útil al poder o el que menos escrúpulos tiene, tal como sucede en los recreos del colegio, o en las cárceles, o en tantos y tantos espacios de la vida en sociedad:

“En la historia y en la vida, parece a veces discernirse una ley feroz que reza: ‘A quien tiene, le será dado; a quien no tiene, le será quitado’. En el Lager, donde el hombre está solo y la lucha por la vida se reduce a su mecanismo primordial, esta ley inicua está abiertamente en vigor, es reconocida por todos. Con los adaptados, con los individuos fuertes y astutos, los mismos jefes mantienen con gusto relaciones, a veces casi de camaradas, porque tal vez esperan obtener más tarde alguna utilidad. Pero a los ‘musulmanes’, a los hombres que se desmoronan, no vale la pena dirigirles la palabra, porque ya se sabe que se lamentarán y contarán lo que comían en su casa. Vale menos aún la pena hacerse amigo suyo, porque no tienen en el campo amistades ilustres, no comen nunca raciones extra, no trabajan en Kommandos ventajosos y no conocen ningún modo secreto de organizarse. Y, finalmente, se sabe que están aquí de paso y que dentro de unas semanas no quedará de ellos más que un puñado de cenizas en cualquier campo no lejano y, en el registro, un número de matricula vencido. Aunque englobados y arrastrados sin descanso por la muchedumbre innumerable de sus semejantes, sufren y se arrastran en una opaca soledad íntima, y en soledad mueren o desaparecen, sin dejar rastros en la memoria de nadie.”

¿Y la justicia? ¿Existe alguna forma de justicia en el cielo o en la tierra? No, no existe, y la historia de la humanidad lo demuestra. Los nazis perdieron la guerra y muchos fueron cazados, juzgados y ahorcados, pero esos castigos son excepciones. No, la justicia no existe:

“Ahora todos están raspando atentamente con la cuchara el fondo de la escudilla para sacar las últimas pizcas de potaje, y se forma un trasteo sonoro que quiere decir que la jornada ha terminado. Poco a poco, prevalece el silencio y entonces, desde mi litera que está en el tercer piso, se ve y se oye que el viejo Kuhn reza, en voz alta, con la gorra en la cabeza y oscilando el busto con violencia. Kuhn da gracias a Dios porque no ha sido elegido.

Kuhn es un insensato. ¿No ve, en la litera de al lado, a Beppo el griego que tiene veinte años y pasado mañana irá al gas, y lo sabe, y está acostado y mira fijamente a la bombilla sin decir nada y sin pensar en nada? ¿No sabe Kuhn que la próxima vez será la suya? ¿No comprende Kuhn que hoy a sucedido una abominación que ninguna oración propiciatoria, ningún perdón, ninguna expiación de los culpables, nada, en fin, que esté en el poder del hombre hacer, podrá remediar ya nunca?

Si yo fuera Dios, escupiría al suelo la oración de Kuhn.”

El psicoanalista vienés Bruno Bettelheim también sobrevivió a los campos de exterminio y se suicidó tras la muerte de su esposa y en medio de su propia enfermedad cuando tenía 87 años. Si Primo Levi se suicidó o no, es algo que no se sabrá, lo cierto es que Levi fue traspasado por lo peor que los seres humanos podemos ser. Los nazis son culpables, y son culpables sus grandes y sus pequeños cómplices, y son culpables los que miraron hacia otro lado y callaron, pero lo que sucedió en los Lager puede volver a pasar y sigue pasando de diferentes maneras en muchas partes del mundo. Hay abundantes reflexiones posibles alrededor de los libros de Levi y lo que los nazis hicieron, la obra de Primo Levi no debe ser sólo una acusación a todos esos asesinos, sino que debe ser una advertencia cotidiana en nuestra vida política, y en las pequeñas y grandes relaciones de poder. Hay que desconfiar de los que ponen al líder o al dogma por encima de la razón, hay que desconfiar de cualquiera que convierta en objeto a otro ser humano, y no hay que olvidar que todos, también las víctimas se pueden convertir en victimarios.

Julián David Correa

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Todas las citas fueron tomadas de la edición del sello Ariel que la Editorial Planeta realizó en 2016.

Imágenes:

(1) Portada del libro en la edición de Planeta. (2) Foto de Primo Levi tomada de Wikipedia (3) Portal de ingreso al campo de Auschwitz: «Arbeit macht Frei» («El trabajo los hará libres»).

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