Tinta y sombra: escribir sobre cine en Colombia

TINTA Y SOMBRA

ESCRIBIR SOBRE CINE EN COLOMBIA

Por:

Julián David Correa*

Escribir sobre cine es cosa rara. El cine son sombras y luces, y escribir sobre cine es  arañar ideas en esas luces. Tinta y sombra, eso es escribir sobre cine.

En el Festival de Cartagena, el FICCI, en el año 2016, se realizó un panel donde entre otras diálogos se lanzó el Cuaderno de Cine Colombiano – Nueva época No. 22: Publicaciones sobre cine en Colombia (1). Ese encuentro se llamó Utopías de papel, y es cierto que parece una quimera escribir sobre un arte que en Colombia ya es, en sí mismo, una acción utópica. En esa conversación se reivindicó la importancia de construir una historia sobre nuestro cine y una crítica que oriente la creación. Los recuerdos de Andrés Caicedo y Luis Alberto Álvarez, fundadores de las revistas Ojo al cine y Kinetoscopio, fueron presencias constantes. Algunos de esos nombres harán parte de los siguientes párrafos.

¿Qué significa hacer cine y escribir sobre cine en un país que va de guerra en guerra, y donde las necesidades básicas no han sido satisfechas? Una función de la escritura sobre cine ha sido la construcción una expresión audiovisual. Nuestra tinta ayudó a definir el camino de algunos creadores, el surgimiento de nuevos gestores culturales y la fundación o transformación de instituciones estatales. Nuestra tinta entre sombras no ha sido inútil.

PRIMERAS TINTAS

Como han señalado autores como Hernando Salcedo Silva (2), Ramiro Arbeláez y Juan Gustavo Cobo Borda, en Colombia las primeras tintas sobre el cine fueron reseñas mercenarias que convocaban nuevos públicos, y notas que con exceso de adjetivos y referencias a otras artes trataban de entender el fenómeno. El primer gran autor colombiano que reflexionó sobre ese arte fue el escritor Tomás Carrasquilla (1858-1940). En su único texto sobre el cine (3) plantea un debate que contiene temas esenciales: el amor de nuestra especie por lo artificial, la necesidad de evadir la realidad (“Estamos hartos de vivir en la realidad, de ser realidad nosotros mismos”, escribió), las posibilidades del cine para representar y divulgar el patrimonio cultural de las naciones, y esa característica extraña y de entraña que tiene el cine, la de revelar verdades a través de mentiras. Hay debates que siempre son los mismos.

En la década de los cuarentas dos personas trataron de construir una crítica de cine: Camilo Correa Restrepo y Luis David Peña.

Luis David Peña publicó críticas y reseñas de 1948 a 1952 en Jornada, El Tiempo y El Espectador. Peña nunca se interesó en el cine colombiano, y sus aportes se basaron en el abundante material internacional que se proyectaba en las salas. En esa década Camilo Correa también apareció en letras de molde. Correa era un crítico que buscaba la creación de un cine nacional, y para construirlo pasó de la tinta a las cámaras, se hizo cineasta y acabó con su carrera.

Camilo Correa escribió en la revista Micro y en el periódico El Colombiano de Medellín, y luego realizó el largometraje Colombia linda (1955), una malograda comedia musical, una postal nacionalista que con variaciones ya se había visto en el período silente, y que en esa década se volverá a ver, con muy malos resultados, en otros musicales folcloristas donde los sonidos no estaban sincronizados y los actores de radio y de teatro trataban de entender qué era eso de actuar para las cámaras.

PUNTO DE GIRO EN LA TINTA

Tres nombres se asocian con el nacimiento de una crítica cinematográfica: Gabriel García Márquez, Jorge Gaitán Durán y Hernando Valencia Goelkel.

La pasión de García Márquez por el cine es bien conocida: mientras hacía periodismo escribió crítica cinematográfica, y luego hizo algunos guiones en México, y con la llegada de la fama siguió trabajando por el cine a través de nuevos guiones, y creó la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano y la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (EICTV). Gabo fue tallerista de guion en la EICTV e impulsó la realización de un centenar de filmes en el continente. El aporte de García Márquez al cine es importante, aunque sus guiones tengan graves problemas (diálogos solemnes y artificiales, constantes adjetivaciones), y sus aportes como crítico de cine sean discutibles.  Lo que Gabo como crítico muestra es contradictorio: por un lado revela un limitado conocimiento de la historia del cine, y la escasez de reflexiones sobre los filmes con base en valores propios del séptimo arte. De otro lado, esos textos tienen momentos brillantes donde se encuentra la grandeza del Gabo crítico, en el encuentro entre la sensibilidad social y la sensibilidad cinematográfica. En ese sentido, el mejor ejemplo es su texto sobre Ladrón de bicicletas (1948) que publicó en el periódico barranquillero El Heraldo en 1950 y que se puede leer en: http://geografiavirtual.com/2018/04/garcia-marquez-bicicletas/

Hernando Valencia Goelkel, otro gran nombre en la construcción de una crítica nacional, fue el primero que depuró su opiniones de elementos extra cinematográficos. Tanto Alberto Navarro (4) como Pedro Zuluaga (5) resaltan este valor en su obra, y además opinan que esos textos por la amplitud de sus conexiones culturales y la perspectiva del autor caben en la categoría de ensayos. Valencia Goelkel también fue importante porque cofundó la Cinemateca, la revista Eco y su predecesora, la revista Mito.

Mito fue una publicación de aparición bimestral, que con 7 años (1955-1962), 42 números y varios libros, transformó la crítica artística. La revista contó con grandes plumas, como la de Gabo y la de la crítica de las artes Marta Traba, entre otras. El gran aporte de Mito estuvo en buscar la libertad de pensamiento. La crítica de cine en Mito incluyó textos de Gaitán Durán y Valencia Goelkel, junto con Antonio Montaña, Rafael Gómez Picón, Guillermo Angulo y Hernando Salcedo Silva. Las películas que pasaban por la cartelera nacional y que hoy son clásicos fueron parte de sus temas: la primera crítica de la revista trata de Nido de ratas (Elia Kazan, 1954), con opiniones que se oponían a las ideas que Sadoul y Bazin habían expresado sobre Kazan. Ni Gaitán Durán, ni Salcedo Silva, ni ninguno de los colombianos publicados en Mito dudaban a la hora de criticar la crítica. La libertad de pensamiento siempre fue la bandera de la revista, una publicación que batalló contra la censura del Estado, y que nunca fue complaciente con una sociedad que rechazaba lo diferente. Gaitán Durán fue crítico con la obra de grandes maestros cuando consideraba que su cine que respondía a una expresión censurada, y un buen ejemplo de ello está en su texto sobre La ventana indiscreta (1954) de Hitchcock.

NUEVAS LUCES LLAMAN NUEVAS TINTAS

Los años sesentas y setentas son los tiempos del Nuevo Cine Latinoamericano y de un cine colombiano al que llamaron Cine Marginal o Cine Político. En la Colombia de esa época se mezcla el pensamiento del Nuevo Cine, con las realidades de una cinematografía que por primera vez recibía apoyo del Estado a través de tres instrumentos: la Cinemateca de Bogotá, el Sobreprecio y FOCINE.

La primera norma de apoyo al cine nacional es de 1942 pero jamás se utilizó. En1971 se funda la Cinemateca y la historia de sus publicaciones es larga y merece capítulo aparte. En la actualidad la Cinemateca es una institución que cuenta con nueve estrategias que abarcan desde la formación humana, hasta la preservación de un acervo audiovisual, pasando por la financiación de nuevas películas y el fomento a los rodajes en Bogotá a través de su Comisión Fílmica, entre otras acciones. El Sobreprecio (n. 1972) fue una medida que quería estimular la creación de cortos para salas comerciales, y que aumentó su producción y logró unos filmes relevantes, pronto se convirtió en una manera de hacer dinero fácil con un cine deplorable que le dejó a los colombianos la sensación de que la suya era la peor cinematografía del mundo. En 1978 surgió FOCINE, la Compañía de Fomento Cinematográfico. Hasta 1992, año de su liquidación, FOCINE produjo 45 largometrajes, 84 mediometrajes y 64 documentales.

En los años sesentas y setentas, América cambió, y un nuevo cine requirió de una nueva crítica. En respuesta a esa necesidad surgieron unas publicaciones que reflejaban fenómenos continentales y especificidades nacionales: las revistas Guiones, de Héctor Valencia, Cine(mes), dirigida por Roberto Peña y Cuadro de Alberto Aguirre.

Tanto Guiones como Cine(mes) buscaban que el cine fuera una vitrina de las contradicciones sociales. Ambas revistas contaron con colaboraciones de uno de los representantes del Cine Marginal y Político, el realizador Carlos Álvarez que planteó su posición en tinta y luces con la realización de los documentales Asalto (1968), Colombia 70 (1970) y ¿Qué es la democracia? (1971). En su obra Carlos Álvarez concibió el cine como un arma política, y afirmó que nuestra cinematografía empezaría solo cuando pudiera desprenderse de la industria hollywoodense o mexicana, y de las búsquedas intelectuales de la Nueva Ola Francesa.

La revista Cuadro (1970-1979) de Alberto Aguirre, publicó el manifiesto de Getino y Solanas, “Hacia un tercer cine”, y el texto de Carlos Álvarez, “El tercer cine colombiano”. Otro crítico que escribió para Cuadro fue Orlando Mora quien ha desarrollado un constante trabajo que se ha visto en El Colombiano y en Kinetoscopio. El esfuerzo de Mora se ha extendido a la creación de cursos y festivales, y a la transformación de un encuentro tan importante como el FICCI. Los primeros textos de Mora en Cuadro muestran su interés en la historia y el desarrollo del cine nacional: Informe sobre el cine colombiano y su legislación y Cinco hipótesis sobre el cine colombiano, son dos de ellos. Desde aquellos primeros textos es claro que para Orlando Mora, a diferencia de otros críticos de la época, el cine nacional solo será posible con un cine de autor.

También en los años setentas pero en Cali, se mostró otra opción, los cineastas caleños veían el cine como una herramienta de transformación social, sí, pero también como arte, espectáculo y entretenimiento. En un documental Luis Ospina dijo: “Nos cansamos de hacer crítica escrita y decidimos hacer crítica de cine con el cine”. Ospina se refería al filme Agarrando pueblo (1978), la obra experimental que dirigió con Carlos Mayolo, una cinta donde se critica a quienes hicieron un cine industrial que explotaba la miseria, pero también a los que usaron la miseria y al cine como herramientas en detrimento de valores estéticos y de un verdadero cambio social. Entre 1974 y 1977, el Grupo de Cali publicó cinco números de la revista Ojo al cine de la que Andrés Caicedo (1951-1977) fue director. Caicedo fue un escritor que se suicidó tras publicar su primera novela, pero además fue crítico de cine, cine-clubista, guionista, actor y realizador. Los textos de Caicedo mostraban su cinefilia, pero a la vez la clara intención de azuzar al público. En su conferencia Especificidad del cine, dice: “lo que comenzó siendo la distracción ideal para los analfabetos, es hoy el arte de los analfabetos.” Lo que Caicedo y todo el Grupo de Cali se proponía con Ojo al cine era una crítica que despertara al espectador para que pudiera defenderse, el Grupo de Cali estaba formado por cinéfilos con un amplio conocimiento de la historia del cine, y para ellos el cine también era arte y espectáculo.

LUCES, PANTALLAS Y TINTA

En 1973 la Cinemateca hizo la primera muestra de cine colombiano que contó con un modesto pero emblemático catálogo. Ramiro Arbeláez del Grupo de Cali, se refiere a ese texto y a esa muestra como un redescubrimiento del cine nacional. Seleccionar películas también es una forma de escribir sobre cine.

En 1974 la Cinemateca publicó el primer libro dedicado al cine colombiano: Crónicas de Cine, de Valencia Goelkel, y de 1977 a 2000 imprimió Cinemateca, una revista irregular que tuvo 12 números. Como proyecto editorial, la revista Cinemateca nunca cuajó pero esa publicación tuvo textos valiosos de autores entre los que están Orlando Mora, Enrique Pulecio, R. H. Moreno Durán, Hugo Chaparro, Juan Manuel Roca, Amanda Rueda, Octavio Arbeláez, Gilberto Bello, Diego Rojas y Augusto Bernal, entre otros.

En 1981 la Cinemateca inició la publicación de los Cuadernos de cine colombiano. Hasta 1988 se editaron 25 Cuadernos con el apoyo de FOCINE. Esos primeros 25 Cuadernos son importantes aunque fueran producto de una mirada complaciente, más destinada a obtener la buena voluntad de los cineastas que a construir una historia crítica, lo que no le quita al hecho de que son testimonio del cine nacional y de las obras del colectivo Cine Mujer, Oswaldo Oduperly y Camilo Correa, entre otros.

En el 2001 se inició la reformulación de la Cinemateca que se retomó en el 2012, y que condujo a definir las nueve estrategias que la orientan. Dentro de ese proceso, nació la página www.cinematecadistrital.gov.co, y se crearon nuevos títulos entre los que están las colecciones: Cuadernos de Cine Colombiano – Nueva época, Becas y Catálogos Razonados, y una docena de publicaciones en video. Replantear la Cinemateca implicó repensar sus publicaciones: los Cuadernos de la Nueva ápoca, a diferencia de sus predecesores, son polifónicos, son cuidadosos con sus fuentes y referencias, y presentan una mirada crítica sobre el cine nacional (a la fecha se han publicado 30 Cuadernos de la Nueva época). En esta nueva etapa editorial de la Cinemateca se privilegia el cine colombiano y el cine que representa la diversidad, como se ve en los Catálogos Razonados dedicados a la muestra indígena Daupará (2013), en el que se ocupa de la muestra LGBTI cofundada por la Cinemateca en el 2001 (el Ciclo Rosa), y en el catálogo de la Muestra Afro (2018) (6).

TINTA EN LAS MONTAÑAS

En 1992 se fundó la revista Kinetoscopio en el Centro Colombo Americano de Medellín (CCA). Con 124 números y 27 años, Kinetoscopio es la revista de cine con más antigüedad y regularidad de nuestra América. La historia de Kinetoscopio empezó con Paul Bardwell, un gestor cultural que convirtió una escuela de inglés en un centro cultural con dos salas de cine, galería y una biblioteca en varios idiomas, y que en 1992 imprimió un pequeño plegable para la gente que iba a cine, unos papelitos que llamaron Kinetoscopio, y que entre él, Luis Alberto Álvarez, Juan Guillermo Ramírez y otros convirtieron en una revista con página de Internet (www.kinetoscopio.com).

En Medellín y en todo el Valle de Aburrá de fines del siglo XX, la voz de Luis Alberto Álvarez era una presencia en la radio. Luis Alberto hablaba sobre el cine, la opera o Mozart, y su voz también estaba en sus letras, en una página del periódico El Colombiano. Luis Alberto era un sacerdote claretiano que estudió teología en Italia y Alemania, donde tomó seminarios de cine en los años del Nuevo Cine Alemán, y con los ecos del Neorrealismo Italiano. Sus palabras eran humanistas, admiraba a Tarkovski, Bergman, Fellini y Chaplin, entre muchos otros, y sentía poco respeto por directores como Tarantino, y otros técnicos sin alma. Desde sus columnas defendió la construcción de un cine colombiano que reconociera sus realidades, que tuviera autores, y al que el Estado apoyara. Con modestia, Luis Alberto se definía como un espectador intensivo, y su mirada era cálida y crítica. De 1977 a 1997, año en que murió, estuvo al frente de la página de cine de El Colombiano y dirigió unos tres seminarios especializados por semana, cursos que dictó en el Museo de Arte Moderno, en la Cámara de Comercio y, finalmente y por más de tres lustros, en el Colombo de Medellín. Creadores como Víctor Gaviria y Sergio Cabrera, junto con otros artistas y gestores culturales, hablan con elogio de su labor y de cómo sus opiniones transformaron sus vidas. De muchas maneras, el trabajo de Bardwell y Álvarez, hicieron del CCA una cinemateca para los municipios del Valle de Aburrá.

En uno de los momentos más duros de Colombia nació Kinetoscopio, una revista que surgió en medio de la muerte, y de la que en su primera década la muerte se llevó tres fundadores. Entre los muchos valores de esta revista, hay dos que destaco: tanto Paul Bardwell, como Luis Alberto Álvarez y Juan Guillermo Ramírez, impulsaron una publicación que requería como única referencia de sus escritores la inteligencia. Los textos de Kinetoscopio estaban firmados por autores variopintos, sin que sus créditos académicos, fortunas o apellidos fueran datos relevantes. El segundo elemento para destacar es que incluso en los peores años del cine colombiano, los años del final de FOCINE y de un largometraje anual estrenado en salas comerciales, incluso en esos años de desesperanza, la revista tuvo una sección de cine nacional que reflexionaba sobre el cine colombiano, ya fuera a través del celuloide o del video. Este pequeño faro, junto con el trabajo de la cinemateca bogotana y del FICCI, entre otros, fueron los espacios que mantuvieron vivo el interés y el pensamiento alrededor de un arte que en Colombia parecía condenado.

TINTAS FINALES

Nuestro cine es una utopía, y una quimera mayor ha sido escribir sobre ese cine pero, a pesar de todo, esa escritura existió y existe, y este texto da cuenta de ello. Aquí podrían incluirse otras historias, como las del Magazín Dominical del periódico El Espectador, y podría hablarse de revistas como Gaceta (1976-1997), Número (1993-2011), El Malpensante (n. 1996) o Arcadia (n. 2005), y al lado de esas publicaciones periódicas hay muchos libros que mencionar. Por fortuna las solitarias hojas de unos libros que no hicieron verano, han sido reemplazadas por una bandada de títulos de todo tipo, muchos de ellos publicados por editoriales universitarias y estatales. Esta última lista sería muy larga, pero en este párrafo se puede decir que esos libros tienen un rigor académico cada vez mayor, y que en ellos se separa la historia de la crítica, y sus reflexiones abarcan desde fenómenos patrimoniales del cine silente, a los más recientes patrimonios de los nuevos medios. Cada vez hay más tinta haciendo rastros en las sombras del cine, y, como afirmaba inicialmente, la escritura sobre cine ha contribuido a construir una cinematografía nacional y las instituciones que la apoyan. Colombia es un país complejo donde corre mucha sangre y mucha tinta, pero por lo menos esta tinta no ha corrido en vano.

NOTAS

* Escritor, investigador y crítico de cine, realizador audiovisual y gestor cultural. Fue Director de la Cinemateca de Bogotá e hizo parte del primer equipo de la Dirección de Cinematografía del Ministerio de Cultura, oficina que ahora dirige. Entre sus publicaciones sobre cine están los libros “Tender puentes” (Ed. Asociación de Guionistas Colombianos y FDC, 2018) y “Cines que cambian el mundo” (Ed. Cinema23, 2019). Su página: www.geografiavirtual.com

(1) Se puede descargar de: https://www.cinematecadistrital.gov.co/sites/default/files/mediateca/No.%2022%20Publicaciones%20sobre%20cine%20en%20Colombia.pdf

(2) En SALCEDO SILVA, Hernando: Crónicas del Cine Colombiano 1897-1950. Ed. Carlos Valencia Editores. Bogotá, 1981. Y en ARBELÁEZ y COBO BORDA: La crítica de cine, una historia en textos: artículos memorables en Colombia 1897 – 2000. Ed. Universidad Nacional y Proimágenes. Bogotá, 2011.

(3) En: CARRASQUILLA, Tomás: Obras completas. Tomo 1. Ed. Bedout. Medellín, 1958. pp. 695-697. Y en: http://geografiavirtual.com/2018/12/carrasquilla-cine/

(4) NAVARRO, Alberto: Hernando Valencia Goelkel (1928-2004). En: Cuadernos de cine colombiano – nueva época, No. 6. Ed. Cinemateca de Bogotá. Bogotá, 2005.

(5) ZULUAGA, Pedro: La crítica de cine en Colombia en los años cincuenta: los aportes fundacionales de Hernando Valencia Goelkel y Jorge Gaitán Durán. En: Cuadernos de cine colombiano – nueva época, No. 22. Ed. Cinemateca de Bogotá. Bogotá, 2015

(6) CORREA, Julián David: Las publicaciones de la Cinemateca Distrital: una

memoria crítica para el cine colombiano. En: Cuadernos de cine colombiano – nueva época, No. 22. Ed. Cinemateca de Bogotá. Bogotá, 2015. http://geografiavirtual.com/2015/11/publicaciones-cinemateca-colombia/

¡Comparta su viaje! ¡Comparta su lectura!

Espacio para sus opiniones

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *