«Balada del mar no visto» (Diego García, 1984. Colombia) from Julián David Correa on Vimeo.
UNAS PALABRAS SOBRE:
BALADA DEL MAR NO VISTO
La primera vez que vi la Balada del mar no visto, la luz del proyector de 16mm. titilaba contra una pantalla de la Cámara de Comercio de Medellín, Diego García había estrenado su filme unos meses atrás y ese realizador estaba asumiendo que su cine sería en Colombia y no en París ni en Chicago (aunque luego también fuera en París con Las castañuelas de Notre Dame, 2001). Mientras la Balada del mar no visto me iluminaba desde la pantalla, encontré una película que mostraba las calles que había recorrido unos minutos antes, y con esas imágenes me llegó la revelación de que el cine no tenía que ser una cosa distante y que la poesía era posible en medio de la basura y del temor.
Aquella primera vez como luego y siempre, la Balada del mar no visto empezó con su letra cursiva que informa de manera redundante para los paisas, que Medellín es una ciudad entre montañas que nunca ha visto mar, y después de esos textos y de los primeros créditos empiezan las imágenes que dan sentido a la redundancia: un boga lleva un bote sobre la cabeza y un loro en la mano mientras busca el mar en un valle. Un valle lleno de basura, de delirio y de gente desesperada en el rebusque. Lo más parecido al mar en ese Valle de Aburá, es el río Medellín: un chorro de agua que luego se hace caudaloso, pero que siempre es una cantera de la que se saca arena y piedra, una cloaca sobre la que planean los gallinazos y en la que la espuma de los detergentes hace nubes de veneno. Nada más. El río Medellín no es poesía, ni juego, ni sol, ni recreo. Al comienzo del filme, el barquero pasa sin ver el triste río en donde el filme terminará, y se da inicio a un cortometraje con planos llenos de detalles (como llenos de detalles están los dibujos de José Antonio Suárez, un artista plástico que fue compañero de colegio de Diego García): el barquero, con el bote y el loro, cruzan un puente a contracorriente de una piara, el puente es una plancha de cemento bajo la cual un hombre moreno azuza y asusta, el puente es cemento en cuya sombra se ve a una pareja copular.
25 años después de la primera y única vez que vi la Balada del mar no visto, tomé la decisión de incluir ese filme en mi página y me acerqué a Diego García para explicar el proyecto y para pedirle una autorización y una copia en DVD. 25 años después de descubrir este corto, mientras Diego me prestaba el DVD y los derechos, recibí su advertencia que el telecine se había hecho con una proyección de una vieja copia en 16mm. contra una pared, y que las imperfecciones eran evidentes. Mientras preparaba esta publicación del video y estas pocas palabras he vuelto a ver el corto, y me he dado cuenta que las imperfecciones no eran solo las del muro o las de la copia rayada, sino que desde siempre la mezcla sonora tenía sus problemas y que el camino sinuoso del boga no era todo lo perfecto que Diego o su público cinéfilo quisieran, pero mientras volvía a ver este cortometraje reencontré lo que recordaba de la Balada: su poesía que seguía intacta e inexplicable y ante la cual una pared, un acetato rayado o un micrófono mal puesto eran sombras tan distantes, que en definitiva resultaban texturas que embellecían el filme, que le daban carácter al poema. Tras 25 años, mientras volvía a ver este cortometraje, descubrí que ante la belleza las imperfecciones se olvidan y solo queda el poema.
¿Pero dónde está la poesía y la sensación de verdad de la Balada del mar no visto? En muchas cosas, pero tras volver a ver el filme y no queriendo decir demasiado en estos párrafos, tomo nota de que el barquero nos entrega un poco de redención junto con una sensación que muchos tuvimos al crecer en Medellín: la sensación de desamparo, de estar fuera de lugar entre pillos, montañas y basura. Esa es una de las verdades del poema: la inquietud que acompaña el recorrido del boga por la ciudad que lo explota y lo rechaza, un tema que se encuentra con recurrencia en otros filmes colombianos de los ochenta, como Los habitantes de la noche (Víctor Gaviria, 1983), Los músicos (Víctor Gaviria, 1986) e Isaac Ink, el pasajero de la noche (Carlos Santa y Mauricio García, 1988). En los años ochenta, entre la explosión de la guerra contra el narcotráfico y el exterminio de la Unión Patriótica, las ciudades colombianas habían terminado por demostrarse sumidero de todos los dolores, pobrezas, violencias y miserias del país. El tema estaba en la prensa, en las crónicas, en el cine y en la guerra inminente: la Balada del mar no visto presenta ese dolor y es un sueño urbano que roza con la pesadilla, pero es al mismo tiempo un sueño feliz si se le compara con Isaac Ink, con Los músicos o con la realidad inmediata. En Isaac Ink el tormento en blanco y negro del consumo y la violencia sin sentido se imponen, y en Los músicos el comercio de la amistad y de la vida de otros es lo que domina, como se impone esa misma realidad en los titulares de prensa de aquellos días, pero en la Balada esos asuntos adquieren un giro juguetón: los perversos piratas que podrían secuestran loros, en realidad los canjean por caracoles y viven en las alcantarillas con su tesoro, mientras el castigo llega pronto para los ladrones del bote, que son como el amigo que vende al músico ciego en el filme de Gaviria. La Balada no ignora la ciudad, pero la presenta en un estado que facilita al espectador la sonrisa y la catarsis.
Tal vez todo en ese primer cine de Diego García es un poco como el juguetón Fellini que en medio de la exuberancia habla de sus amantes y de sus conflictos con guionistas y curas. Es inevitable recordar a Fellini cuando se ve Balada del mar no visto: Diego debe haber crecido con las imágenes de Fellini, tan latinas, tan tropicales en su jolgorio. En la Balada, una fiesta fellinesca se lleva a cabo en el sueño del barquero: con ligeras mujeres que parecen ninfas neoclásicas y una puta gorda en una cama, dentro de un plano que anuncia a la puta del documental Colombia horizontal (Diego García, 1998. Ver: http://geografiavirtual.com/cine-colombiano/). En la historia del boga tozudo y desorientado están las imágenes de lo que Diego García vio a lo largo de su vida y de lo que luego será su obra documental: este filme es una excusa para recorrer la Medellín de los ochenta, como luego los documentales de Diego García serán todos una excusa para recorrer a Colombia.
Tras la caminata inútil y el sueño feliz de las ninfas, el barquero despierta sobre una montaña de basura, como el bote despierta en medio del río intoxicado, ahogado por montañas de espuma, pero a pesar de estos finales la película no es pesimista: queda la poesía y el recorrido por una ciudad llena de colores y de contrastes, que es como la vida que nos asusta y excita, y que nos provoca recorrer.
Julián David Correa.
Este cortometraje se publicó en la página www.geografiavirtual.com con expresa autorización de su autor.
El último proyecto de Diego García, «Proyectando memoria» se puede conocer en el siguiente blog: http://proyectandomemoria.blogspot.com/p/fotos.html#!/p/fotos.html
Para contactar a Diego García se puede utilizar el correo: diegogarciamoreno@gmail.com
Gracias por compartir esta triste canción surrealista sobre el desplazamiento intraurbano en la Medellín de los ochenta, sobre la gente que con sus sueños imposibles a cuestas tuvo como destino el Morro de basura.