En 1973 se estrenó el primer largometraje de Jean Eustache, La Maman et la Putain, La mamá y la puta, que en algunos países se distribuyó con nombres pudorosos como La madre y la ramera, y que en otros como en la España franquista simplemente no se proyectó en salas de cine. La cinta se realizó con una cámara de 16 mm y con un sonido que seguramente se registró con una Nagra, con la grabadora portátil más popular entre los cineastas no industriales de esos años. Ese tipo de equipos fueron esenciales para el cine de la Nouvelle Vage, para la nueva ola francesa, pero también para otros nuevos cines que en diferentes partes del mundo sacaron las cámaras a las calles e hicieron de la escritura audiovisual un registro de historias cercanas a las vidas cotidianas y a las preocupaciones juveniles.
La mamá y la puta es una película muy del tiempo en que se hizo, pero también es muy de nuestro tiempo: en mayo de 1968 las marchas de estudiantes y obreros en París buscaron un cambio social, pero no solo en París se quiso transformar el mundo: también en los Estados Unidos de América donde se reclamó la igualdad de los afros, se marchó contra la guerra de Vietnam y por los derechos de la población LGBTIQ+; y en Colombia, que en 1971 tuvo un gran movimiento estudiantil que fue violentamente reprimido; y en Ciudad de México, donde en octubre de 1968, en la plaza de las tres culturas, una marcha de estudiantes fue masacrada por soldados.
Esos fueron tiempos de nuevos valores y ese nuevo mundo se reflejó en las pantallas de cine. En La mamá y la puta no hay marchas, ni hay disparos, pero es un filme que es hijo de esa misma revolución cultural: en la película se habla del aborto, de distintas formas de amar, se revisan los roles masculinos y femeninos, se intuye el racismo y se adivina el suicidio. Es una película que fue muy exitosa en el año de su estreno y es la primera de un director que murió muy pronto, tras unas pocas cintas, cuando se suicidó en 1981.
En La mamá y la puta los amantes del cine francés reconocerán al niño que protagonizó Los cuatrocientos golpes de François Truffaut, ahora convertido en un hombre, y les resultará familiar esta cinta que recuerda los seis cuentos morales que Eric Rohmer empezó a realizar una década antes y que concluyó por los mismos años de La mamá y la puta, películas como: Mi noche con Maud (1969) o El amor después del mediodía (1972), entre otras.
La mamá y la puta es una película llena de diálogos, de preguntas y de sensualidad porque sí, porque el cine también es una ventana al cambio y a las preguntas sobre nuestra vida cotidiana, las preguntas que se hacían en 1973 pero también las preguntas que nos hacemos hoy.
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Julián David Correa.
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