Al final de estas palabras está el capítulo “Nuestros estudios”, que hace parte de la novela “El gran cuaderno”. Al leer esa treintena de líneas impresiona su búsqueda de la verdad a través de la austeridad. Cualquiera que lea ese capítulo podría decir que la trilogía de Agota Kristof es realista y lo es, en cierta forma: las oraciones señalan hechos y son breves, contundentes, carentes de adjetivaciones, pero en el segundo libro se encuentra que esa misma contundencia puede tener otro punto de vista, el que pasa del plural al singular, a la mirada de uno que extraña al hermano, y en el tercer libro surge la duda: ¿son dos o siempre ha sido uno? Todo sigue siendo breve y carente de adjetivaciones pero ya no estamos seguros si es real, y ese cambio de mirada y de conjugación, y ese borrar los límites de la realidad sucede de manera sutil, y por eso mismo es sorprendente.
“El gran cuaderno”, “La prueba” y “La tercera mentira” son tres novelas a las que recorren los mismos personajes, y que fueron reunidas en la publicación “Claus y Lucas” (Ed. Libros del Asteroide, 2019). Estas obras se escribieron en francés y fueron editadas por Seuil en 1986, 1988 y 1991, aunque Agota Kristof, su autora, nació en Hungría y aprendió el francés ya asiendo adulta, tras escapar de su país con su esposo y mientras se dedicaba a cuidar de una bebé y a trabajar en una fábrica de relojes en Neuchâtel, Suiza. Agota Kristof, que nació en 1935 y murió en 2011, escribió apenas trece libros entre los que hay cinco obras de teatro, y hasta su muerte estuvo en las quinielas del premio Nobel. Me conmueve la obra de la talentosa Kristof, que muestra una vocación de escritura que supera todas las dificultades, y que con pocas y precisas palabras levanta laberintos con los fragmentos del mundo que dejó atrás.
JDC.
NUESTROS ESTUDIOS
Por:
Agota Kristof
Para nuestros estudios, contamos con el diccionario de nuestro padre y la Biblia que hemos encontrado aquí en la casa de la abuela, en el desván.
Damos lecciones de ortografía, de redacción, de lectura, de cálculo mental, de matemáticas y hacemos ejercicios de memoria.
Usamos el diccionario para la ortografía, para obtener explicaciones y también para aprender palabras nuevas, sinónimos y antónimos.
La Biblia nos sirve para la lectura en voz alta, los dictados y los ejercicios de memoria. Nos aprendemos de memoria, por tanto, páginas enteras de la Biblia.
Así es una lección de redacción.
Estamos sentados a la mesa de la cocina con nuestras hojas cuadriculadas, nuestros lápices y el cuaderno grande. Estamos solos.
Uno de nosotros dice:
– El título de la redacción es: ‘Nuestros trabajos’.
Nos ponemos a escribir. Tenemos dos horas para tratar el tema y dos hojas de papel a nuestra disposición.
Al cabo de dos horas, nos intercambiamos las hojas y cada uno de nosotros corrige las faltas de ortografía del otro, con la ayuda del diccionario, y en la parte baja de la página pone: ‘bien’ o ‘mal’. Si es ‘mal’, echamos la redacción al fuego e intentamos tratar el mismo tema en la redacción siguiente. Si es ‘bien’, podemos copiar la redacción en el cuaderno grande.
Para decidir si algo está ‘bien’ o ‘mal’ tenemos una regla muy sencilla: la redacción debe ser verdadera. Debemos escribir lo que es, lo que vemos, lo que oímos, lo que hacemos.
Por ejemplo, está prohibido escribir: ‘la abuela se parece a una bruja’. Pero sí está permitido escribir: ‘la gente llama a la abuela “la Bruja”’.
Está prohibido escribir: ‘el pueblo es bonito’, porque el pueblo puede ser bonito para nosotros y feo para otras personas.
Del mismo modo, si escribimos: ‘el ordenanza es bueno’, no es verdad, porque el ordenanza puede ser capaz de cometer maldades que ignoramos. Escribimos, sencillamente: ‘el ordenanza nos ha dado unas mantas’.
Escribiremos: ‘comemos muchas nueces’ y no ‘nos gustan las nueces’, porque la palabra ‘gustar’ no es una palabra segura, carece de precisión y de objetividad. ‘Nos gustan las nueces’ y ‘nos gusta nuestra madre’ no puede querer decir lo mismo. La primera fórmula designa un gusto agradable en la boca, y la segunda, un sentimiento. Las palabras que definen los sentimientos son muy vagas; es mejor evitarlas y atenerse a la descripción de los objetos, de los seres humanos y de uno mismo, es decir, a la descripción fiel de los hechos.
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