Bob es una chica. Bob es negro y blanco, y está cubierto con largos y greñosos rizos que caen a lado y lado de su cabeza, como si realmente fuera un rasta. Bob vive entre los edificios del Senado y la Presidencia de la República, frente al Ministerio de Cultura. Nunca falta algún soldado o alguna señora compasiva que pase y le de comida al mugroso Bob. Yo también paso y lo saludo de lejos. Nunca había pensado que Bob fuera una chica, hasta que un día, al salir del Ministerio, lo encontré recibiendo la roja punta de un gozque que dos generaciones antes debe haber sido un labrador. Bob estaba impasible, mientras el alto y rubio chandoso lo penetraba por detrás. La cosa duró unos minutos, y el rubio salió de Bob, con el pene aún erecto y rojísimo. Bob se dio vuelta y lo miró unos segundos, y después se fueron juntos hacia la explanada del Senado. Unas horas después, al caer la tarde vi al pequeño Bob tratando de jugar con el rubio, brincando para alcanzar su hocico. En ese momento pensé que el roñoso Bob realmente es una muchacha enamorada, mendigando un poquito de cariño de un macho impasible después del sexo.
Imagen: fotografía de Julián David Correa
Espacio para sus opiniones