Cine colombiano en el 2011

Cine colombiano en el 2011

CINE COLOMBIANO EN EL 2011: PERSISTENCIA EN EL DEBATE 

A finales del año 2011, se estrenaron las películas colombianas Silencio en El Paraíso (Colbert García) y Postales colombianas (Ricardo Coral). De ambas cintas se dijo en los medios que eran una crítica necesaria a los “falsos positivos”. La película del caleño García recibió el apoyo de PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo), la ICTJ (Centro Internacional para la Justicia Transicional) y la Alcaldía de Bogotá, mientras que la del barbacoeño Coral se realizó con recursos propios y del equipo, y se tuvo que enfrentar casi a solas al reto de encontrar público para sus imágenes.

La oferta de largometrajes de ficción nacionales en las salas colombianas en 2011 no se agotó en los filmes de García y Coral, que serán el principal tema del presente artículo, sino que fue amplia e incluyó el estreno de 17 cintas: Los colores de la montaña (Carlos César Arbeláez), Todos tus muertos (Carlos Moreno), El páramo (Jaime Osorio Márquez), la animación Pequeñas voces (Jairo Carrillo y Oscar Andrade), La vida “era” en serio (Mónica Borda), Saluda al diablo de mi parte (Juan Felipe Orozco), Con amor y sin amor (David Serrano), El jefe (Jaime Escallón Buraglia), En coma (Juan David Restrepo y Henry Rivero), Karen llora en un bus (Gabriel Rojas), Cuarenta (Carlos Fernández de Soto), Lecciones para un beso (Juan Pablo Bustamante), Locos (Harold Trompetero), Silencio en El Paraíso, Postales colombianas, y las comedias decembrinas Mamá, tómate la sopa (Mario Ribero Ferreira) y El escritor de telenovelas (Felipe Dothée).

El 2011 fue un año de cifras que muestran aumentos en taquilla, en el número de estrenos y copias de cine nacional. Según Proimágenes, la taquilla del cine colombiano en el primer semestre del 2010 fue de 737.000 espectadores, contra una de 2.177.000 en el mismo período de 2011, lo que significa un aumento del 183%. A lo largo del año, el 8.5% de los estrenos fueron de largometrajes nacionales:

“Durante 2011, en Colombia, se alcanzaron récords históricos en asistencia total al cine internacional y local, cantidad de estrenos colombianos e infraestructura. La asistencia total superó los 38 millones de espectadores, representando un incremento del 12,9% (…). El paseo de Dago García, estrenada el 25 de diciembre de 2010 llevó a las salas en el 2011 cerca del 50% de todos los espectadores del cine colombiano (2,99 millones, un 95.6% más que el año anterior). (…) Hubo además estrenos comerciales en salas de cine internacionales de varias películas colombianas: en Francia (3), México (3), España (2), EE.UU(2), Suiza , Puerto Rico y Argentina (1)”.[1]

La oferta de largometrajes colombianos fue diversa, con trabajos como Los colores de la montaña, del cual se habló en el balance del 2010[2], y que en ese año tuvo un exitoso recorrido por festivales y elogiosas críticas antes de su estreno en Colombia durante el Festival de Cartagena, y su presentación en salas con una favorable respuesta del público (351.313 espectadores). Otras interesantes películas del 2011 fueron el thriller El páramo[3], la animación Pequeñas voces (un filme realizado con la participación de niños vulnerados por el conflicto armado), el drama Karen llora en un bus que fue seleccionada por el Forum del Festival de Berlín 2011[4], y Todos tus muertos, que con chispazos de comedia negrísima presenta una masacre en un pueblo en medio de elecciones. Con mayor o menor talento, los largometrajes del 2011 presentaron un conjunto de géneros que iban de las comedias más ligeras a los dramas sociales y de denuncia, pasando por el cine de acción, el romántico y el de suspenso. Las cintas colombianas siguieron siendo reflejo de las violencias nacionales (tema presente en 7 de 17 filmes) y presentaron la vida de los colombianos que sufren las desigualdades del país, pero también se realizaron cintas que narraron los romances y los dramas de las clases medias de las ciudades, y filmes que no buscaron nada diferente que entretener a los espectadores.

Cuando se estrenaron los filmes Silencio en El Paraíso y Postales colombianas no hubo grandes debates en los medios masivos de comunicación, aunque en varios se reseñaron las películas y se entrevistó a sus directores. Por los mismos días, el Centro de Investigación y Educación Popular/ Programa por la Paz (CINEP/PPP) de la Compañía de Jesús en Colombia, lanzó el libro “Colombia, Deuda con la humanidad 2: 23 años de falsos positivos (1988-2011)”, título en el que se presenta una investigación que rastrea este crimen de ejecución extrajudicial. El libro es un informe descarnado que además de presentar cifras y casos de los “falsos positivos” de las fuerzas armadas, revela conexiones sociales (conexiones culturales) entre los vigilantes de una universidad de Barranquilla que asesinaban indigentes para vender sus cuerpos a los estudiantes de medicina y los altos mandos militares que definen el precio de un “positivo”, es decir, de un enemigo muerto.

Para quienes están lejos de la realidad de la mayoría de los colombianos, hay que decir que “falsos positivos” es el nombre que en Colombia reciben los asesinatos, cometidos por las fuerzas armadas legales, de personas desarmadas a quienes se presenta como enemigos muertos en combate, después de disponer la escena poniendo uniformes o armas en los cadáveres. En jerga militar, cada enemigo dado de baja es un “positivo”, de ahí la expresión. Esta práctica existe desde los años ochenta, pero se intensificó en los últimos ocho años con el dolo de incluir no sólo el homicidio de personas a quienes se encontraban en la zona de los supuestos combates, sino de estar acompañado por la búsqueda sistemática de víctimas en municipios y ciudades diferentes a las de la ejecución, a través de la oferta de falsos trabajos. Los asesinatos de estos inocentes los realizan los militares para obtener ascensos, permisos y recompensas económicas, prebendas que los altos oficiales otorgan con la satisfacción (no se ha probado que con el conocimiento) de poder reportar al gobierno y a la prensa las cifras de una campaña victoriosa.

Colombia es un país lleno de belleza, pero también es un país de crímenes y escándalos, y de pocas condenas; en Colombia, los “falsos positivos” han sido eso: un crimen y un escándalo. El delito es horrendo y se ha desarrollado a lo largo de varios lustros, mientras que el escándalo, si se lo compara con el siniestro crimen que lo origina, parece apenas un chisme. Según revela el CINEP, en los últimos 23 años se presentaron en Colombia 951 casos de “falsos positivos”, que han dejado 1.741 víctimas. En apenas dos años, entre 2006 y 2008, 835 civiles fueron vestidos de camuflado luego de ser asesinados. Desde finales de 2008, cuando se iniciaron las acusaciones por estos homicidios, la Fiscalía General ha recibido denuncias por más de 2.700 “falsos positivos”.

La película de Colbert García relata la historia de la víctima de una de estas “empresitas” de fabricación de muertos, acompañada por la presencia del barrio El Paraíso, de los familiares de la víctima, de sus vecinos, de los pillos del barrio, y de la pareja que regenta la trampa para muchachos. La película de Ricardo Coral cuenta una historia en la que los protagonistas son las víctimas y los victimarios: tres mujeres que también terminarán siendo asesinadas, y los personajes que acabaran con sus vidas.

 

POSTALES COLOMBIANAS

Ricardo Coral estudió en la Escuela Superior de Artes de Praga, Facultad de Cine y Televisión (FAMU), en donde recibió el grado de Director de Cine y Televisión Argumental. Coral ha realizado 15 cortos y 7 largos. El primero de estos largometrajes, La mujer del piso alto, fue un interesante ejercicio de producción en cooperativa, donde técnicos y actores eran copropietarios, un recurso que Coral vuelve a utilizar en Postales colombianas. La obra de Coral puede separarse claramente entre los trabajos como director que ha realizado para el productor y guionista Dago García (Posición viciada, 1998; Es mejor ser rico que pobre, 1999; Te busco, 2002; Ni te cases, ni te embarques, 2008), y sus propias obras de las que es guionista, director, coproductor y frecuentemente montajista (sus cortometrajes, y los largos: La mujer del piso alto, 1996; Una peli, 2007, y Postales colombianas, 2011). La mujer del piso alto fue un proyecto de Coral, en donde Dago García fue coproductor.

En los filmes que Coral realiza para Dago García, su trabajo es el de director y montajista, en un esquema de producción industrial que es uno de los pocos que funcionan con regularidad en Colombia: una vez al año, el 25 de diciembre, se estrena una comedia familiar que sin importar el director es claramente una obra de Dago García, cintas de estética televisiva y humor blanco que en casos como el del estreno del 2010 han sido las películas más taquilleras del año. Con El escritor de telenovelas, lanzada en el 2011, Dago García presentó su decimocuarta cinta[5]. Dago García ha hecho una carrera muy exitosa como libretista de telenovelas, y sus filmes tienen mucho de lo mejor que tiene la industria de la televisión colombiana, aunque eso también significa que son poco cinematográficos y que no pretenden ningún logro artístico ni intelectual.

Los verdaderos filmes de Ricardo Coral se han desarrollado siempre en condiciones de producción precarias, con muy bajos costos que han sido compartidos de diferente manera con los miembros de su equipo. Una peli, realizada en Barcelona, también se produjo en cooperativa y mucho de su gestación estuvo definido de manera colectiva con los actores y el resto del equipo.

La estructura de Postales colombianas es interesante como propuesta narrativa y como modelo de producción: varios cortometrajes que poseen unidad en sí mismos y un largo corto final, que le da sentido de largometraje a las piezas previas. Los primeros cortos presentan los encuentros de tres amigas en una noche de fiesta y sus roces con un vecino solitario, un rumbero despechado y un taxista místico y fascista. Los cortos del cumpleaños que termina en violación y el del taxista son trabajos bien llevados que mantienen su tensión dramática, pero la mayoría de las piezas de esta historia pierden intensidad en hechos y frases irrelevantes dramáticamente, y el conjunto de los diálogos son clichés sobre los hombres y las mujeres, y sobre los crímenes y la desidia de los que ha hecho parte el Estado colombiano. La selección de actores es terriblemente irregular, hay intérpretes destacados, pero hay otros como el que representa a un oficial de la central de inteligencia (de quien proceden las explicaciones de los homicidios) que son una desgracia: parrafadas ridículas, acompañadas de actuaciones estertóreas y toqueteos inútiles con los coprotagonistas. Lamentable.

Postales colombianas es una película hostil, después de la cual no quedan ganas de subirse a un taxi en Bogotá (si es que alguien en Bogotá tiene ganas de hacerlo), ni de salir a una rumba con desconocidos o adoptar una mascota. Esa hostilidad se parece a la realidad de los taxis, de las calles y de algunas vidas colombianas, sin duda, así que en relación con esa emoción la película tiene sentido; sin embargo, el tema bajo el cual se cobija el film no es ningún chiste y mientras se ve la película resulta inevitable preguntarse qué tienen que ver los “falsos positivos” y la corrupción del DAS[6] con que unas amigas hayan tenido una experiencia lésbica en Barcelona y quieran repetirla en Bogotá, o con que un agente de inteligencia no haya tenido la perspicacia de llevar papel higiénico al baño antes de iniciar y concluir sus negocios en el excusado (en la dilatada secuencia que se menciona, el joven agente, con los calzones abajo, busca desesperado un papelito o un poco de agua con que limpiarse el culo a lo largo de varios minutos que concluyen con el descubrimiento y uso del agua estancada de la cisterna). Dramáticamente, esos hechos no tienen razón de ser, y cuando se recuerda a las víctimas de un crimen de Estado, dedicarle largos minutos a esos juegos de improvisación resulta, por decir lo menos, agraviante.

Del estreno de Postales se escuchó poco, y nada se dijo de la respuesta del público y la crítica. La explicación más fácil de este silencio es que pocos espectadores vieron la película (entre 2076 y 3000 en total), los dos más grandes exhibidores de cine en Colombia no quisieron proyectarla. Del filme se hicieron pocas copias que se presentaron en salas comerciales y de manera intensiva en un par de salas del circuito alternativo, que incluyó la inauguración del VII Festival de Cine colombiano Ciudad de Medellín. Internacionalmente, Postales colombianas estuvo en el New York International Latino Film Festival, y en el XXVI Festival del Cine Latinoamericano de Trieste. En el encuentro italiano, Postales obtuvo los premios del público y el de guión, tras competir con otros 13 filmes latinoamericanos: Acorazado (Alvaro Curiel, México), Cápsulas (Verónica Riedl, Guatemala), El casamiento (Aldo Garay, Uruguay), El compromiso (Oscar Castillo, Costa Rica), Entre la noche y el día (Bernardo Arellano, México), Gud bisnes (Tonchy Antezana, Bolivia), La hora cero (Diego Velasco, Venezuela), La revolución es un sueño eterno (Nemesio Juárez, Argentina), La vieja de atrás (Pablo José Meza, Argentina), La Vigilia (Augusto Tamayo, Perú), Mae e filha (Petrus Cariry, Brasil), Ocaso (Theo Court, Chile) y Perro muerto (Camilo Becerra, Chile).

Si Postales hubiera estado en todo tipo de salas en todas las ciudades colombianas, podría conocerse la respuesta del público: la cinta habría encontrado sus pocos o sus muchos espectadores. Este es un caso en donde se hace evidente que aunque los exhibidores han aumentado sus pantallas[7], no han diversificado su oferta, creando una limitación que afecta a la totalidad del cine que se produce o que llega al país, y que obliga a los distribuidores de cine alternativo a esperar largamente antes de estrenar filmes que se apartan del mainstream.

Postales colombianas salió a las pantallas con su estructura y estética poco convencionales, pero también con su falta de ritmo y sus largos dislates. En su trabajo para el productor Dago García, Ricardo Coral ha demostrado que sabe de cine y que no le faltan dotes de artesano: los trabajos con Dago García tienen la factura que se espera de esos filmes decembrinos, con su combinación de eficiencia narrativa, humor y moderadas dosis de belleza. Es claro que la falta de ritmo, pertinencia y gracia de Postales no es resultado de una falta de oficio. La obra de Coral es coherente: tiene un mismo estilo de producción con el que ha desarrollado sus tres largometrajes, y un estilo de escritura de guión que se alimenta de las improvisaciones con los actores, y del sentido de oportunidad de un “cine de guerrilla” (como se ha nombrado desde los años sesenta a un modelo de producción independiente): un cine que aprovecha cualquier locación utilizable a cualquier hora posible, usando la utilería encontrada y, como parece ser el caso, que incluye en la historia algún tema disponible. Lástima por los verdaderos protagonistas del tema.

 

SILENCIO EN EL PARAÍSO

Al director de Silencio en El Paraíso, Colbert García, se le conoce por sus 15 años al frente de la productora Ocho y Medios Comunicaciones, con la que ha realizado documentales y algunas series argumentales para televisión. García estudió cine en Cuba, sus documentales se han dedicado al conflicto y a la violación de los derechos humanos en Colombia. Entre sus trabajos se cuentan War Takes para ZDF de Alemania (2002) y Comunidades de Paz (2003), documental realizado a lo largo de cinco años sobre el desplazamiento en el Chocó.

La película de Colbert García no deja a sus espectadores indiferentes: algunos la comentan con malestar y desprecio, acusándola de mezclar documental y ficción para manipular los hechos y las emociones de los espectadores, y a otros les parece una denuncia justa y una película bien hecha. En una sala, al concluir la proyección de Silencio en El Paraíso, unas mujeres exclaman: “¡Ahí está, ahí está: Santos era el Ministro de Defensa de Uribe!”[8], “¡Todos esos soldados siguen libres!”. La película hace que algunos asistentes se revuelvan en sus sillas y que todos recuerden la historia reciente de Colombia. Tras el plano final y el fundido a negro, junto con los créditos se presentan los testimonios de tres madres de verdaderas víctimas de los “falsos positivos”. El efecto en el público es muy fuerte. A pesar de este final, la cinta no es un documental, es una obra de ficción que narra la historia de Rónald, un muchacho que hace publicidad con un altavoz y una bicicleta por las lomas polvorientas de un barrio sin árboles ni asfalto. El joven está enamorado, el filme desarrolla la historia de amor que concluirá cuando unos clientes dejen de pagar y al muchacho lo presionen unos delincuentes. Desesperado y buscando dinero, termina por meterse en la trampa de una agencia de empleos que no es otra cosa que una fábrica de muertos. Colbert García es eficiente en mostrar la falta de oportunidades y el desespero que pueden atenazar a las personas que viven en estos barrios. Hay mucha realidad en el filme, constantemente, aunque a veces se siente forzado el esfuerzo por tratar que el auditorio se apiade de Rónald. Al respecto el crítico Manuel Kalmanovitz escribió en la revista Arcadia:

Silencio en El paraíso comienza advirtiendo que está basada en hechos reales. ¿De qué sirve poner una explicación de esas antes de comenzar? Es como si la ficción tuviera mala fama y su única salvación fuera el respaldo de la realidad (…) Se habría necesitado una mirada aguda pero no lastimera, ese difícil acto de equilibrismo que lograba el cine italiano de la posguerra pero que acá no funciona; le sobra pesar y le falta entendimiento. Porque durante buena parte de su desarrollo, la película se dedica a pisotear y generar lástima por Rónald, el muchacho que morirá al final”.

El reto al que esta película se enfrenta es uno grande y difícil y que se conoce muy bien en la historia del cine: ante una realidad abrumadora, hay cinematografías que luchan contra el olvido presentando con respeto a las víctimas y buscando mediante los recursos de la ficción despertar la solidaridad y la inteligencia del público. La película de García asume el reto, que por momentos se conquista. Lo mejor de este guión es la ausencia del morbo evidente en la violencia. Uno de los mayores aciertos de la puesta en escena está en los planos en los que no sucede nada, en la sensación de vida de barrio que se encuentran en los objetos, la ropa, la gente, las miradas y los pequeños diálogos, aunque hay secuencias que no funcionan, como la del cumpleaños en la que se ve más resaltado lo kitch que un verdadero interés y respeto por los personajes. En este caso, aunque las imágenes se correspondan a la realidad del evento, el efecto es un ridículo que va en contra de los personajes. Con todo y algunos detalles desafortunados, ésta es una película que vale la pena, en la que existe talento tanto en la puesta en escena y en la dirección de arte, como en la selección de los actores: los protagonistas se convierten en personajes del barrio.

Como en el caso de Postales colombianas, con Silencio en El Paraíso hubo alguna prensa previa al estreno. El filme de García, además, tuvo recursos suficientes para pagar pauta en televisión y prensa pero tras el estreno, el seguimiento de los medios masivos se extinguió. La explicación más fácil en este caso, sería que era necesario pasar a otras noticias, porque no puede decirse que esta película haya carecido de distribución y exhibición: la cinta se lanzó con 16 copias y se presentó en todos los circuitos, incluyendo los de la más importante cadena de Colombia. En el primer fin de semana, Silencio en El Paraíso tuvo 4.476 espectadores, una buena cifra para una película de estas características, un filme que en unos despierta críticas y en otros admiración.

 

EL DEBATE CONTINÚA

Silencio en El Paraíso y Postales colombianas, como Los colores de la montaña, Pequeñas voces y Todos tus muertos, demuestran que hay un cine colombiano que no sólo se dedica a crear una industria del entretenimiento, sino que es capaz de abordar temas dolorosos y necesarios, y que lo hace con libertad expresiva y con la recursividad en producción que suele ser la condición necesaria para la libertad. Es muy esperanzador que los debates sean posibles en medio de las balas y del espionaje a los ciudadanos, aunque no siempre la prensa o los exhibidores de cine dispongan los espacios para esas discusiones, y aunque los filmes tengan las irregularidades que son propias de los procesos de distintos autores.

 

Publicado en Cinémas d’Amérique Latine, No 20. 2012

Página en internet de la Association Rencontres Cinémas d’Amérique Latine de Toulouse (ARCALT), y de la revista Cinémas d’Amérique Latine

Imágenes: (1 y 2) Afiches de las películas Silencio en El Paraíso y Postales colombianas. (3) Fotograma de Silencio en El Paraíso.


[1] Logros y avances en 2011 para el cine nacional, Boletín Pantalla Colombia. Proimágenes Colombia, Enero, 2012.
[2] Ver en Cinémas d´Amérique Latine No. 19: “¿Se puede celebrar el cine colombiano?”, y en esta página: http://geografiavirtual.com/2011/12/balance-cine-colombiano-2010/
[3] Ver: http://geografiavirtual.com/2011/12/el-paramo-de-jaime-osorio/
[4] Ver: http://geografiavirtual.com/2011/11/karen-llora-en-bus-de-gabriel-rojas-vera/
[5]Filmografía de Dago García como productor: La mujer del piso alto, Posición viciada, Es mejor ser rico que pobre, La Pena Máxima, Te busco, El carro, La esquina; Mi abuelo, mi papá y yo; Las cartas del Gordo, Muertos de susto; Ni te cases, ni te embarques; In fraganti, El paseo y El escritor de telenovelas.
[6] DAS: Departamento Administrativo de Seguridad que se liquidó en 2011 tras la demostración de que vendía información a paramilitares y narcotraficantes, y que por instrucciones de alguien en la Casa de Nariño (palacio presidencial), espiaba de manera ilegal a sindicalistas, periodistas y opositores del gobierno. En Postales colombianas el DAS encuentra su equivalente ficcional en la Agencia Estatal de Seguridad, AES.
[7] “Aunque en el país no hay salas de cine sino en 47 municipios, en 2011 Colombia pasó de tener 13 pantallas de cine por cada millón de habitantes a tener 14 salas por cada millón de habitantes. Esto supuso la instalación de 55 salas de cine más en el país, cerca del 70% de ellas en ciudades intermedias (denominación para ciudades entre 500,000 y 1,000,000 de habitantes). El país cuenta con 191 pantallas digitales y la reconversión de la totalidad de las 630 pantallas se espera para el año 2013 simultáneamente con la actual tendencia mundial.” Boletín Pantalla Colombia, Enero de 2012.
[8] Se refieren al Presidente Juan Manuel Santos, elegido en 2010 y al Presidente Álvaro Uribe, que gobernó a Colombia de 2002 a 2010.
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