DIE STOLPERSTEINE
Nunca he logrado acostumbrarme al verano, a esa luz que se detiene por largas horas durante mi noche. Cuando llego al aeropuerto de Santiago llevo en la cabeza lo que sé de Chile por las películas de Patricio Guzmán, por “Chile, el golpe y los gringos” (el librito apócrifo de Gabriel García Márquez) y por la canción de Pablo Milanés: “Yo pisaré las calles nuevamente de lo que fue Santiago atormentada, y desde una hermosa plaza liberada me detendré a llorar por los ausentes…”. Volamos toda la noche y tuvimos muchas turbulencias, así que no pude dormir y al aterrizar sólo funciona mi paranoia, mi piloto automático. Un conductor bajito me saca del aeropuerto que también se ve viejo y pequeño. Tomamos la autopista y después de unos minutos se hace la luz: de pronto aparecen los Andes con sus impresionantes cimas nevadas, nuestros Andes hermanos de los montes Elburz que rodean a Teherán. Desde la autopista veo al pasar algunos barrios de la periferia, tan típicos de tantas ciudades, con sus banderas y sus ampliaciones hechizas, y su ropa tendida al sol. Más adelante veo árboles que dependen de las estaciones, junto a las palmeras y a las perennes buganvilias del trópico. “Con mi hijo hacemos apuestas para buscar las palmeras falsas, las palmeras que son antenas de celular disfrazadas de palmeras. Mi hijo las reconoce porque son las más altas”, me dijo una chilena. ¿Falsas palmeras que son como la “Gran Torre Santiago”, como el edificio más alto del país? La Gran Torre que brota de un centro comercial, y crece con oficinas y remata en un cascarón. Un edificio de 62 pisos en un país que se sacude todos los días. La misma amiga que me habló de las antenas disfrazadas de palmeras me dijo que no teme a los frecuentes remezones: “Se supone que un chileno de 80 años debe haber experimentado unos 6 terremotos en la vida. Yo llevo tres: uno cuando nací, el de 1985 y el del 2010, el de septiembre de este año me lo perdí. El del 2010 fue impresionante, de verdad pensé que el país se iba a acabar: el temblor no terminaba y cada vez era más fuerte, y los árboles se mecían tanto que las ramas tocaban el suelo, pero con ese terremoto me di cuenta de lo que significa vivir en una tierra telúrica, lo mejor de los temblores es que despiertan el amor de la gente: cuando el terremoto termina los extraños se abrazan y las familias se reconcilian. Es verdad que el efecto sólo dura dos semanas pero es muy bonito”. En la radio del taxi que me lleva al hotel se habla de Transantiago, del sistema de transporte público que usa buses para complementar los desplazamientos de los habitantes en una ciudad con metro. En las noticias dicen que ante la ausencia de vigilancia, el 25% de los usuarios de Transantiago no pagan sus pasajes. En el Transmilenio de Bogotá la cifra es similar, aunque en Bogotá ha habido un par de muertos: un ciego que cayó por una puerta forzada, y alguien que mientras forzaba la puerta cayó a la calle y terminó atropellado. La radio termina con el tema del Transantiago y anuncia el cierre de farmacias en las que han encontrado medicamentos falsos, como en la película El tercer hombre, donde el personaje de Orson Welles se enriquece en la Viena de 1947 diluyendo penicilina sin que le importen las piernas que habrá que amputar o los efectos en los niños con meningitis. La venta de medicamentos falsificados también pasa en Chile aunque Transparencia Internacional diga que Chile y Uruguay son los países de América Latina con menor corrupción, y pasa aunque los conductores chilenos se detienen siempre ante las cebras y todos los peatones pueden cruzar la calle caminando y sin miedo. En Berlín una mujer alemana me dijo una vez que es necesario confiar en los demás, que cuando uno confía los seres humanos lo sorprenden. Estoy seguro que a la confianza siempre la acompaña la sorpresa, pero creo que esas sorpresas nunca son buenas noticias. Cuando el taxi llega a la comuna donde queda mi hotel me doy cuenta que no sé lo que esperaba de Chile pero que me extraña esta ciudad que no es gris ni tiene agujeros de bala en las paredes: la ciudad está llena de colores y de hojas rumorosas. Chile está en su verano que como el verano del hemisferio Norte, tiene una luz muy diferente a la del sol caribeño. Este verano del Sur tiene colores diferentes a los tonos del Caribe, pero también es brillante y en cada árbol hay un escándalo de aves. El conductor me deja en la comuna Providencia: 14,4kmt2 de orden y belleza. Las avenidas parecen una combinación entre Múnich y algún barrio rico del San Pablo brasileño. Casi todas las personas son blancas y algunos son rubios. Alguien me cuenta que los vecinos de Providencia se ponen de acuerdo para multar a la gente que deja montar sus jardines. El hotel donde me hospedo queda sobre un pequeño parque y tiene el apacible nombre de una ciudad universitaria: Heidelberg. En el hotel Heilderberg Haus todos hablan del Museo de la Memoria y dicen que para recorrerlo se necesita un día completo. El museo se inauguró en el año 2010 para recordar a las víctimas del golpe de Pinochet y del Estado chileno. El 11 de septiembre (de 2001) es la fecha que casi todos los países recuerdan como el día en que cayeron las torres gemelas del World Trade Center en Nueva York, como resultado del segundo ataque que contra el territorio continental de los Estados Unidos se haya llevado a cabo desde la expulsión del Imperio Británico. Como en el asalto a las torres, el primer ataque también vino del aire y fue el resultado de un experimento: durante la Segunda Guerra Mundial, los japoneses aprovecharon los vientos y dejaron llegar hasta las playas de California un par de globos que lentamente se desinflaron y cayeron con sus bombas. Creo que en ese primer ataque murieron tres personas, en el segundo murieron 3.000. El 11 de septiembre (de 1973) es la fecha en que el general Pinochet derrocó al presidente Allende, apoyado por la CIA y siguiendo la cartilla anticomunista de los Estados Unidos. Tras llegar a la Casa de la Moneda, Pinochet inició el sistemático exterminio de la izquierda chilena (y de la izquierda de otros países: el 25 de noviembre de 1975 los organismos de inteligencia del Cono Sur crearon la Operación Cóndor). ¿Cuántos muertos hubo desde el 11 de septiembre de 1973? ¿30.000? ¿300.000? ¿Tres millones? Solamente en Chile se han reconocido 40.000 víctimas entre 1973 y 1990. ¿Cuántos muertos en los otros países de Suramérica y Centroamérica? Es mucho más difícil llevar las estadísticas del terror que se desarrolla durante décadas, que del terror que revienta en una única mañana. Pienso en Berlín, en las Stolpersteine (los “escollos”), las placas de metal que en las aceras ante las casas marcan el nombre de las familias judías que los nazis expropiaron y mandaron a la muerte. Las calles de Providencia son impecables, no hay escollos en las aceras de Santiago.
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Por Julián David Correa
Publicado en su libro «Veinte viajes» Ed. Sílaba. Medellín, 2019
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