«La muerte del Che» de Steven Soderbergh

«La muerte del Che» de Steven Soderbergh

UN LARGO EPÍLOGO*

Se presentó en Colombia, La muerte del Che (Che: Part Two, 2008), la segunda parte de la película de Steven Soderbergh basada en la vida de Ernesto “Che” Guevara. En los días del estreno de la primera parte, en Kinetoscopio 84, se publicó una crítica en donde se repasaban los filmes de los que el Che es uno de los personajes, en esa crítica se elogiaba el inteligente trabajo de los guionistas (Peter Buchman y Benjamin A. van der Veen) y la talentosa manera como la puesta en escena y los actores habían acometido los diferentes retos que tiene un filme como éste, en ese artículo también se abordaba de manera extensa las motivaciones de su protagonista y coproductor, Benicio del Toro. Aquella crítica era elogiosa, como lo es esta: las cualidades de La muerte del Che también son muchas, son las mismas que se enumeraban en la crítica de Che, el argentino, pero este es un filme diferente, casi como si no hubiera sido engendrado por el mismo director y el mismo equipo de producción de la primera parte.

En español, los distribuidores del filme de Soderbergh encontraron un nombre muy atinado: La muerte del Che (un acierto extraordinario, los títulos castellanizados suelen ser un horror conceptual y estético, ¿qué tal, por ejemplo, Violines en el cielo –una cinta japonesa donde el protagonista es un preparador de cadáveres que toca el chelo?). El título La muerte del Che es apropiado porque la segunda parte de la biografía de Ernesto Guevara es claramente y desde el comienzo, el relato de la muerte del Che, y las diferencias entre el ascenso de un hombre y su agonía, llevan al director al distinto tratamiento que le da a cada una de las dos partes. Las diferencias de montaje entre ambas cintas son totales: la primera es un largo flash forward encapsulado en la cena mexicana en la que se conocen Fidel y el Che, y el segundo es una narración lineal. El tempo es por completo otro: en el primer filme, las acciones se suceden velozmente: un médico argentino asmático y comelibros se convierte en un guerrero y en un héroe nacional, en la segunda parte, un héroe y un hombre de familia deja sus comodidades y se empeña en una empresa que será una lenta agonía, un lento epílogo. El tiempo del filme es el de la vida de un guerrillero: largas esperas en las que la comida se acaba poco a poco, rápidas escaramuzas y emboscadas, algunos discursos y muchas peleas internas, unos pocos diálogos, más esperas y el temor contenido tras una roca. Los días se suceden tan iguales los unos de los otros, que el director ha optado por titularlos con el número correspondiente al día que el Che les asignó en su diario boliviano. Este es un gran filme. No se trata de una cinta fácil de ver, pero es una cinta que como la primera parte, quiere ser fiel a lo que los guionistas y el director descubrieron de la vida de Ernesto Guevara. Seguramente los productores del filme sabían de las dificultades que la película podía presentar a los espectadores y especialmente al público de los Estados Unidos, una cinta que no sólo es la historia de un “comunista”, sino que es una historia sin final feliz y además filmada completamente en castellano. Todo un reto, no sólo para los actores sino para los distribuidores en Estados Unidos y en buena parte del mundo. Tal vez por tantas dificultades en el horizonte del mercadeo, los productores buscaron llenar la pantalla con actores reconocibles internacionamente, aunque el paso de los actores por la película fuera fugaz: la colombiana Sandino, la alemana Franka Potente, el estadounidense de origen latinoamericano Lou Diamond Phillips, y el muy bostoniano y taquillero Matt Damon, que aunque lo hace bien en su papel de sacerdote alemán, resulta un poco sorprendente durante sus breves segundos en pantalla.

En “¿Quién era el Ché?”, el artículo de Kinetoscopio 84, se recordaba lo enigmático de la transición que llevó a Ernesto Guevara, de ser un joven médico idealista, el mismo de Diarios de motocicleta (Walter Salles, 2005), a ser un guerrero que llegó a escribir frases como: “los amigos son los enemigos que aún no te han traicionado”. Al escribir ese artículo esperábamos que ambos filmes de Steven Soderbergh dieran respuesta a esa pregunta por la transformación del Ché, y ambos filmes, en su combinación ofrecen una perspectiva de ese camino.

La muerte del Che se inicia con Fidel Castro en la pantalla de un televisor, leyendo la carta de despedida del Che al pueblo cubano. Luego vemos a Ernesto Guevara afeitado, canoso y calvo, en la apariencia del alias con el que llegará a Bolivia, compartiendo una última cena con su familia cubana: sus hijos y su mujer, la exguerrillera Aleida (interpretada por Catalina Sandino). Una despedida tranquila y amorosa. Luego viene la llegada a Bolivia, los constantes presagios de fracaso y la creación de una guerrilla que estará aislada desde el comienzo, que no contará ni siquiera con el apoyo del partido comunista boliviano. La fotografía del filme es luminosa, naturalista, pero el filme resulta oscuro, un lento presagio de muerte. La historia concluye con el cadáver del Che amarrado a un helicóptero. El relato se desarrolla con una narración tan diferente y a la vez tan acertada como la de la primera parte. En este filme de tiempos lentos, se destaca mucho más que en la primera parte, la banda sonora de Alberto Iglesias (el mismo compositor de las conmovedoras melodías deHable con ella, de Almodóvar), una música que resulta intimidante en la silenciosa vida de este grupo destinado al exterminio. La notas finales, las que acompañan el cadáver y los créditos, están interpretadas por las cuerdas de una guitarra y por una voz reconocibe y conmovedora, que recuerda una época que también ha muerto: es la voz de Mercedes Sosa interpretando “Balderrama”, la canción que en clave estaba dedicada al Che:

A orillitas del canal


Cuando llega la mañana


Sale cantando la noche


Desde lo de balderrama

 

Adentro puro temblor


El bombo con la baguala


Y se alborota quemando


Dele chispear la guitarra

 

Lucero, solito


Brote del alba


Donde iremos a parar


Si se apaga balderrama…

 

*Por Julián David Correa, publicado en: Revista Kinetoscopio No. 91. Ed. CCA. Medellín, 2010

Página en internet de la Revista Kinetoscopio

Imagen: afiche de la película

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