Los hábitos son malos para la salud, pero tengo una nueva costumbre: comer un sánduche de quesito con un café en la panadería de la plaza mientras veo Palabra Mayor. Cuando empieza la noche voy a la única plaza del pueblo y entro en la pequeña panadería que también es la única del lugar. Apenas me ve llegar doña Inés corta un cuarto de quesito y taja un pan de leche. Hace unos días yo cortaba el pan y hacía el sánduche que me comía acompañado por un café con leche muy dulce, hecho con panela; nadie más se come el pan y el quesito de esa manera, pero cuando doña Inés se dio cómo me gusta empezó a dejarlo todo listo para que yo termine de armar mi pequeño sánduche, y mientras lo hago le sube el volumen a la televisión que antes estaba al fondo pero que hace poco puso del lado de la puerta.
Empieza otro capítulo de la serie: música rápida, disparos, cuerpos que caen, sangre, una pirámide maya y unos rostros conocidos: Monterroso, Sábato que parece ciego con sus lentes negros, Fuentes agitando la mano y al final Moreno Durán en un computador. Disparos, siempre disparos. Luego viene la entrevista. El sonido de la televisión llena la pequeña panadería y sale hasta la plaza en la que por la noche hay poca gente. En el local hay tres mesas y en la que queda junto al mostrador está Rafael, don Rafael, tan conversador como siempre, tomando uva Postobón y comiendo pan de leche sin parar. Ese es su plan de todas las noches. Cuando acabe con los panes y con un par de botellas de gaseosa cruzará la plaza hasta su casa donde lo esperan los fríjoles con arroz, carne y tajadas de plátano maduro.
– En el comer está el vivir y en el vivir el comer -me dijo una vez-. Es que de chiquito yo pasé mucha hambre.
Rafael tiene una panza grande y un bigote delgado, y tiene una esquina entera de la plaza donde vende de todo, desde lápices baratos hasta machetes bien afilados. El machete es más poderoso que el lápiz, sin duda. También tiene un muchacho con cara de bravo que lo sigue a donde vaya. Mientras come el muchacho lo espera en la acera, frente a la puerta de la panadería.
Rafael termina sus gaseosas de uva y sus panes antes que se acabe Palabra Mayor, a él le gusta más hablar que escuchar y si se queda un momento en silencio es para ver las piernas de la periodista. Yo no soporto a la mujer que hace las entrevistas, no me explico qué hace en ese programa: ella es un eco gangoso que trata de adivinar las palabras finales del escritor para repetirlas en forma de pregunta. El que hace las investigaciones y prepara los libretos es el escritor colombiano Rafael Humberto Moreno Durán, pero ella es la que aparece frente a las cámaras. La periodista siempre usa faldas cortas y en la casa de Carlos Fuentes, cruza y descruza las patas mientras lo mira coqueta.
– ¿Ese es el presidente de México? -me pregunta Rafael.
– No -le digo-, pero parece un presidente, sí.
Carlos Fuentes es el rey de la región más transparente y lo entrevistan en una sala de doble altura, con grandes cuadros y un jardín tras el ventanal. Carlos Fuentes fue el que metió a Gabo en la industria del cine mexicano, juntos escribieron un guion de El gallo de oro, le dice a la periodista griposa, y también le habla de sus viajes y de sus amores, y de sus hijos, uno de ellos hace cine o quiere hacer cine, no entendí bien, Rafael esta hablando.
– Tiene un bigote como el de Chente -me dice Rafael-. Todos los mexicanos de verdad tienen bigote: Vicente Fernández, Pedro Infante…
Rafael se soba los pelos sobre el labio pero no le hago caso, no quiero que me siga interrumpiendo el programa o que le de por cantar rancheras. Menos mal que doña Inés no vende aguardiente y que el muchacho malencarado ya le está haciendo señas a su patrón. En los comerciales Rafael se levanta y se despide, y yo puedo escuchar a Carlos Fuentes, al que no me imagino cantando rancheras, aunque sea un verdadero mexicano, pero a quien sí me imagino hablando en otros idiomas, y paseándose entre cenas y fiestas como sus personajes de La región más transparente.
Todas las semanas veo Palabra Mayor, pero no siempre la veo en la panadería, a veces voy a la casa de conocidos o trato de trabajar en veredas con electricidad. Una noche entrevistan a Augusto Monterroso que tiene la cabeza redonda y una sonrisa picarona, aunque a la periodista le sonríe poco. Estoy seguro que a Monterroso también le molesta la entrevistadora y su eco gangoso, cuando responde parece un poco odioso y la periodista se ríe con nervios, pero no estoy seguro, con Monterroso nunca se sabe: las cosas empiezan bien y terminan en una pesadilla. “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí”, escribió en su libro de 1959. ¿Qué dinosaurio? Alguien dijo que Augusto Monterroso se refería al dinosaurio de las dictaduras, pero yo creo que esa idea es estúpida, que Monterroso es muy inteligente como para andar haciendo panfletos, pintas o chapolas. Todo es una pesadilla, y la pesadilla no desaparece cuando uno despierta. El cuento de míster Taylor sí puede parecer panfletario, pero es mucho más que un panfleto y una protesta, aunque Monterroso cuenta en Palabra Mayor que lo escribió por motivos políticos cuando los Estados Unidos y la United Fruit Company destrozaron el gobierno de su presidente Jacobo Árbenz en 1954, y las tropas gringas bombardearon e invadieron Guatemala. Míster Taylor es un cuento brutal, pero al mismo tiempo es irónico y elegante, y muestra cómo la codicia cava una espiral hasta el infierno: el gringo míster Taylor llega a la selva como un hippie de club, como un admirador de utopías, y termina vaciando un pueblo y todo un continente para convertir a sus habitantes en cabecitas reducidas que se venden en el Norte, en los Estados Unidos. En el cuento la euforia de la riqueza, y los simulacros de las leyes y la civilización se revelan huecas a medida que las prósperas y refinadas cabezas que escribieron esas leyes se convierten en baratijas.
Cuando voy al pueblo trato de llegar siempre antes del atardecer, o a medianoche y sin la moto para no hacer ruido. Hoy cuando llegué acababa de empezar la noche, y no quedaba nadie en la plaza. La panadería también estaba vacía, pero doña Inés me recibió con mi pan de leche, mi quesito y mi café campesino. El escritor en la pantalla es el argentino Adolfo Bioy Casares, el amigo de Borges. Qué triste que a un escritor lo recuerden por haber sido el amigo de otro autor, pero así son las cosas para Bioy, que igual tiene una buena vida. La griposa no le coquetea porque el hombre ya no está en edad, pero es un tipo elegante y guapo, un hombre delgado que habla de su primer amor y de los cuentos que escribía a cuatro manos con Borges en una hacienda en la que también trabajaban en una campaña publicitaria para una lechería de su familia. Adolfo Bioy Casares como Fuentes, como todos los escritores de Palabra Mayor ha viajado mucho, ellos sí se han podido escapar cuando los han querido matar, o cuando sus padres les quisieron dar una mejor vida. Recuerdo que leí las Historias fantásticas de Adolfo Bioy Casares cuando era un niño y que me gustaron, pero después leí un cuento contundente, El almohadón de pluma de Horacio Quiroga, y descubrí a Edgar Allan Poe y los cuentos de Bioy me parecieron aburridos: artificialmente retorcidos, demasiado largos, con pasiones postizas. El argentino es un gran conversador, sin duda, pero es un cuentista desabrido.
-Ese hombre habla bueno -dice la panadera.
La miro y a pesar de sus palabras no está poniendo atención. Cuando termino de comer llevo el pocillo hasta el lavaplatos y trato de ayudarle a cerrar, pero ella me dice que no, que me vaya. Ella no tiene a nadie, doña Inés no sabe dónde están sus hijos, a los que logró sacar del pueblo con el dinero de una tierra que vendió mal y rápido.
– Don Rafael ya no está -me dice-. No se demore.
El profesor de una vereda me deja ver Palabra Mayor en su habitación al lado de la escuela. La suya es una de las pocas escuelas rurales que tiene luz eléctrica, y eso solo porque consiguió una pequeña planta a gasolina. El maestro no conocía la serie pero sabe de literatura, él tiene que saber de todo: da clases de matemáticas, de ciencias, de historia, de geografía y de español, enseña a leer y a escribir, y sabe remendar heridas. Es el único maestro de una escuela que atiende a una veintena de niños y adolescentes de todas las edades, de casi todas, porque aquí nadie cumple la mayoría de edad.
El profe hace aguapanela que tomamos con galletas y con salchichón mientras vemos el programa. A Arturo Uslar Pietri la griposa lo entrevista en una biblioteca, imagino que es la biblioteca de su casa. A todos los escritores los entrevistan en casa y cada capítulo de Palabra Mayor está lleno con fotos de álbumes familiares, dibujos de los escritores y obras de arte, y los autores conversan en jardines, salones o bibliotecas. Con Palabra Mayor uno entra a la casa de los escritores y les conoce los amores, las mañas y los acentos. Al venezolano Arturo Uslar Pietri es al único al que se le nota que usa traje y corbata, aunque ninguno de los otros escritores se vea desgreñado este autor es el único que se ve formal, mucho más que Adolfo Bioy Casares que vive en su traje de una manera natural, como si estuviera viendo un partido de tenis; Arturo Uslar Pietri, en cambio, lleva su terno como si estuviera detrás de un escritorio. Solo a este venezolano que fue candidato presidencial y jefe de partido, y dos veces ministro, y que después del golpe de estado de 1945 tuvo que escaparse a Nueva York, solo a este entrevistado la periodista le dice “Doctor” antes de cada pregunta. Supongo que la griposa tiene olfato para el poder. En 1981 Gabo también tuvo que escaparse de su país porque estaba en una lista negra, Gabriel García Márquez salió de Colombia y se exiló en México, donde le llegó la noticia del Premio Nobel mientras sus verdugos se quedaron sin tacharlo del papelito, y eso que en esta Colombia no había habido un golpe de estado ni teníamos una dictadura militar.
La griposa lee sus hojas y le pregunta a Arturo Uslar Pietri por el “Realismo mágico”. El profe le sube el volumen al televisor:
– Eso va a ser interesante -dice.
La periodista afirma que Uslar Pietri es la primera persona que habló de realismo mágico para referirse a una literatura del continente. Arturo Uslar Pietri cuenta la historia: dice que en 1929 llegó a París con 23 años y con un primer libro publicado, que allí se hizo amigo de Alejo Carpentier y de Miguel Ángel Asturias con quienes se reunía diariamente, los tres escribían y estaban en contra de la literatura que en esa época se hacía en sus países. A los libros en los que trabajaban en esos días: El señor presidente de Miguel Ángel Asturias, Las lanzas coloradas de Uslar Pietri y una novela negra de Alejo Carpentier, el venezolano los llamó realismo mágico, y el nombre se regó por América, pero después descubrió que él no había inventado el término, que la expresión la había creado el crítico Franz Roh en un libro sobre expresionismo alemán, un libro que había leído y olvidado.
Además del sonido del televisor y de nuestras voces no hay casi ningún otro sonido, solo el de los insectos y las aves nocturnas. Los niños de las veredas a las que el profe les da clase están a una y a dos horas de camino, y en sus casas cada vez hay menos gente. “… Lo que estábamos reflejando con ese nombre es esa sobrerrealidad, esa realidad compleja, de mezcla cultural, de naturaleza mágica y de vida mágica”, dice Arturo Uslar Pietri.
– Sí, entiendo, pero no sé -dice el profe-… yo vi un río verde y profundo que parece una serpiente tragarse una escuela con todos los niños adentro, y he visto cómo los árboles se borran al paso de la polvorilla antes de atacar a la gente… ¿Eso es mágico?
Esa noche dormí en la escuela, el profe me recomendó que me quedara porque no era seguro salir esa noche, aunque eso yo ya lo sabía. Arturo Uslar Pietri dijo que la historia de la humanidad está llena de crímenes y que nosotros venimos de “las matazones de indios y las esclavitudes de negros”, pero que no hay que llorar por eso. La primera entrevista de Palabra Mayor fue con Ernesto Sábato del que solo leí El túnel y Sobre héroes y tumbas. El Informe sobre ciegos, que es una parte de Sobre héroes y tumbas la leí muchas veces, como si fuera otra novela o como un cuento, como una obra que se cierra sobre sí misma, independiente de todo lo demás. Todas las páginas del Informe son como una sola palabra de Monterroso, como su dinosaurio. En la televisión Ernesto Sábato volvió a contar una historia que yo había escuchado antes: que fue Matilde, su mujer, la que evitó que quemara sus novelas, que gracias a ella se publicaron. “Así que el amor sí existe”, me dije entonces, pero Sábato también contó que cuando era un niño trató de matar a su hermano dos veces. “Usted quería matar a su hermanito menor, claro, por celos”, dijo la griposa, “No, yo no quería matarlo, yo traté de matarlo dos veces”, la corrigió Sábato.
Al amanecer me despedí del profe y entré al pueblo a mediodía, aunque no había pan de leche ni quesito, ni había donde llegar: no había nadie en la panadería y las calles estaban desiertas, y la tienda de misceláneas estaba cerrada, como la pequeña iglesia y la alcaldía, y todas las casas y todo, todo estaba vacío.
Julián David Correa.
.
.
Hola, Julián. Esa voz se me pareció tanto a Macario 🙂
Chévere el cuento, nunca te había leído.