Crónica del 52º FICCI, 2012 – Boletines de viaje

CARTAGENA, 23 DE FEBRERO (DÍA 1)

Tanto correr toda la mañana, para que al llegar al aeropuerto me suba a un avión que pasa una hora carreteando en la pista, y con su demora me haga llegar tan tarde que al aterrizar las oficinas estén cerradas y no pueda recoger mi bolsa con chécheres y mi disfraz de periodista, y termine caminando al lado del mar, entre la arena y las piedras de los espolones. La arena es oscura, las piedras que se plantan ante las olas están hechas de todos los ocres, y sobre sus amarillos crece la lama verde, que ondea con las aguas, como el pelo de una bruja. El pelo verde es una sabrosa melena en la que viven los cangrejos, que van de un lado a otro buscando comida y sexo y pelea. El día se agota lentamente y el mar golpea las rocas, y revienta en espuma blanca, y se ve infinito e indiferente a los afanes. La noche avanza y cuando llega, arranca la luz del dia, que se desgarra en arreboles ensangrentados sobre el mar gris, sobre las piedras ocre y las melenas brillantes, y sobre los cangrejos que son los únicos que saben que mañana de nuevo la luz regresará y que por más que corramos, otro día nacerá y morirá.

CARTAGENA, 24 DE FEBRERO (DÍA 2)

El segundo día del festival empieza con el paso por la oficina de prensa para reclamar mi credencial y mi bolsa con el catálogo, la programación, el cuadernillo con información sobre la industria, unas revistas y unas galletas de fresa (delicioso ese patrocinador). La conclusión del segundo día se inicia temprano, a las 16:30, en el Teatro Heredia, donde logro entrar a pesar de la multitud que se agolpa frente a las puertas. En el teatro se estrena Porfirio (Alejandro Landes, 2011), película colombiana que inaugura la competencia oficial. Me siento en tercera fila, con un amigo que ha llegado hasta Cartagena para ser jurado. Nos ponemos a conversar, sin mirar alrededor, pero nos detenemos con la llegada de las cámaras: tras nosotros entra la “Señorita Colombia”, la reina de belleza alrededor de la cual revolotean las periodistas de farándula, exreinas y exmodelos mucho más guapas que ella. La reina lleva un vestido de color blancoseñorita, y su rostro está tan maquillado que la piel parece de porcelana. A pesar de las sonrisas y de la juventud de la mujer, su paso de reina también es rígido, también se parece a la porcelana. Sobre el vestido, la muchacha lleva la regia banda que dice “Colombia”. Mi amigo y yo sonreímos. Yo le pregunto si anoche, en la inauguración del festival, antes de la película Chocó (Jhonny Hendrix Hinestroza, 2012), el presidente de Colombia le habló a la plaza amarrado con su banda tricolor. El teatro se llena lentamente. Comentamos la programación, la presencia de Claire Denis y de Isabella Rossellini. Al concluir la película, iremos al Claustro de Santo Domingo a ver unas videoinstalaciones con los trabajos que se presentaron al concurso de video experimental del festival. Nos han dicho que la exposición la encabeza “Variaciones sobre el purgatorio”, del maestro José Alejandro Restrepo, instalación que ocupa un salón entero del edificio colonial (el trabajo de José Alejandro Restrepo vale la pena reencontrarlo dondequiera que se exponga: «Cuando uno ve la obra de José Alejandro Restrepo, entiende por qué este país es como es, y se le hace claro cómo se ha estructurado una sociedad excluyente a partir de la connivencia del poder político, económico y religioso» dice el curador José Roca). Junto con la instalación de Restrepo, el principal patio del claustro estará intervenido por todos los videos y por performances que acompañan un par de ellos. La imagen de un patio tropical con árboles centenarios, iluminado por proyecciones de video y páneles que reflejan viejas películas y fotos de viaje resulta sorprendente, pero que ese evento se realice durante el festival de cine de Cartagena, lo es aún más. Es increíble lo mucho que puede cambiar un viejo festival en un par de años. Mi amigo y yo esperamos, admiramos la hermosa restauración de Teatro Heredia (al que ahora le dicen Adolfo Mejía para dejar atrás la memoria de los conquistadores y para exaltar a un músico cartagenero): frescos neoclásicos, ornamentos dorados y el colorido cielorado pintado por Grau. El teatro se llena por completo. Mónica Wagenberg, la mujer que ha asumido la dirección del festival desde octubre del 2010, sale al escenario. Me gusta Mónica: es una mujer delgada de pelo negro y hermosos ojos verdes, que no usa maquillaje y siempre lleva vestidos sencillos y frescos. Mónica saluda al público y al director de la película:

“Aunque Porfirio se estrenó en Cannes, en la Quincena de los Realizadores, Alejandro Landes ha esperado casi un año antes de presentarla en Colombia. Alejandro ha querido que el estreno nacional sea aquí, en este Festival, y en una semana vamos a tener la cinta en las salas del país, así que si les gusta, por favor cuéntenle a sus amigos para que vayan a verla”.

Aplaudimos. Mónica invita a Alejandro Landes, quien se acerca acompañado por nuestras palmas. Alejandro empieza por agradecer a sus abuelos, con quienes se estaba tomando una foto unos minutos antes. En la sección central de la última revista Arcadia, Alejandro Landes publicó una crónica sobre el descubrimiento de Porfirio y la filmación de la película:

“Tenía venticuatro años y trabajaba en la Avenida Wilshire de Los Ángeles, donde hacía cosas muy importantes como servir café, contestar el teléfono y escribir mensajes…”

El primer párrafo de la crónica presenta el titular de la prensa del 12 de septiembre de 2005: “Hombre discapacitado en pañales secuestra aeronave rumbo a Bogotá”, y luego la búsqueda del protagonista en Florencia, las primeras conversaciones en las que Porfirio propuso que su personaje fuera representado por Jean Claude Van Damme, y la realización de la película. Ni Van Damme, ni Chuck Norris protagonizaron la cinta, sino el mismo Porfirio y su hijo menor, y una mujer a quien contrataron para que representara la pareja del aeropirata. La película no fue a Hollywood pero llegó hasta Cannes, como sólo otras pocas cintas colombianas lo han logrado. A Porfirio, quien con el secuestro del avión sólo pudo conseguir una condena, esta cinta le ha traído una nueva fama y un dinero con el cual le puso un segundo piso a la casa, para vivir en ese piso mientras dedica la planta baja a su negocio. La crónica de Alejandro en Arcadia concluye:

“Era un buen plan, pero no anticipó que él era muy pesado y que nadie lo querría bajar del segundo piso. ‘A veces uno se hace su propia cárcel’, me dijo bravo. Reí, pensando que si dejamos de ver lo feo nos podemos perder de mucha cosa bonita.”

Ante los espectadores que llenan el teatro, Alejadro se expresa con simpatía. Sus palabras y la crónica que publicó en Arcadia me gustan mucho: en ellas hay sensibilidad e inteligencia. Frente a nosotros, Mónica y Alejandro hacen una buena pareja: los dos son bellos y tranquilos, los dos saben cuáles son sus metas y trabajan con discreción para conseguirlas. Me siento feliz: “Es increíble cuánto ha cambiado este festival y el cine colombiano en menos de 15 años”, le digo a mi amigo. Él está de acuerdo y sonrié con el mismo orgullo que yo.  Mónica y Alejandro se retiran y las luces se van tras ellos. La “Señorita Colombia” se ha sentado en una silla delante de nosotros. La proyección se inicia: las imágenes apaisajadas, tomadas con un lente cinemascope, muestran a un hombre calvo, en una silla de ruedas, al que su hijo tiene que bañar. Las paredes están desconchadas, y los cuerpos son sudorosos e imperfectos. Los espectadores podemos ver a Porfirio vender minutos de celular, tratar de bailar y hacer el amor, mientras espera que su demanda al Estado, por la bala que lo dejó invalido, tenga algún resultado. Mientras la película avanza, constantemente miro a la reina de belleza, esperando sus reacciones.  La reina rie, se mantiene atenta, y solo bosteza un par de veces, a pesar de que la película tiene el ritmo propio del personaje, del tiempo en la silla de ruedas, de la vida en una ciudad de la amazonía. “¿Qué pensará la reina?”, le pregunto a mi amigo después de ver cagar a Porfirio en el patio de la casa. “Que el cuerpo es la cárcel del alma”, me responde.

Trailer de «Porfirio» (Alejandro Landes, 2011).  from Julián David Correa on Vimeo.

CARTAGENA, 25 DE FEBRERO (DÍA 3)

En la Torre del Reloj, en el lugar que llaman la Plaza de la Paz, están levantando dos grandes pantallas, el escenario, las tribunas y la pasarela para el espectáculo de esta noche: la entrega de los Premios India Catalina a la televisión colombiana. Un par de grúas ya han llegado, y me puedo imaginar los planos de postal que harán, con la amarilla torre del reloj en un extremo y los teatros Cartagena y Colón en el otro, y el Muelle de los Pegasos y la gente arrumándose alrededor de las barreras, la fiesta y el tapete rojo. Camino con el gerente de una compañía de seguros, hacia el Centro de Convenciones a ver el estreno de Sofia y el terco, la película del escritor y libretista colombiano, Andrés Burgos. Es la primera vez que el gerente viene al festival de cine de Cartagena y muy emocionado me pregunta si voy a ir esta noche a la entrega de los premios. Le digo que no, un poco odiosamente, que no me interesa, que el festival tiene muchas cosas realmente importantes para ver. De inmediato lamento haber sido tan descortés con una persona que está descubriendo el festival. El espectáculo de los India Catalina a la televisión no es nada malo ni mediocre, es un evento muy bien producido, cuya realización desde hace más de 20 años ayuda a financiar el festival de cine. Con el tiempo, esa entrega de premios se ha convertido en uno de los símbolos de la televisión nacional, la que por décadas ha sido la única verdadera industria audiovisual de los colombianos, con todo lo que tiene eso de bueno y de malo: ha sido soporte de nuestras identidades y fábrica de sueños, y lugar de los escándalos y de la mutación de nuestros valores, y ha sido sobre todo una mina de oro. En la última década, y especialmente después de la Ley de Cine y sus incentivos tributarios, la televisión ha empezado de manera constante a compartir con el cine colombiano su público, sus talentos y sus recursos. Algo así le digo al gerente, para tratar de resarcirme, aunque lo hago en una versión más corta y menos ñoña.

Evitando los camiones y los curiosos, salimos de la ciudad antigua y pasamos frente al Muelle de los Pegasos, y le cuento al gerente que en ese lugar había una cosa que hoy me hace mucha falta: los kioscos. El hombre también los conoció y está de acuerdo. Durante muchos años, el Centro de Convenciones fue la única sala del festival, y en ella se podía pasar uno el día entero, con suéter y bufanda, viendo todas las películas del FICCI, y teniendo como único acto verdaderamente cartagenero, escaparse entre funciones a comer un patacón amarillo con queso o una arepa de huevo con un litro de jugo de níspero. Los kioscos estuvieron en el Muelle de los Pegasos durante muchos años, y ahora que la ciudad los retiró, no solo se perdió la bella imagen de los kiosquitos recortados contra el mar, sino que no he podido encontrar ningún lugar que me quede de paso y en donde pueda pedir una arepa de huevo con jugo de zapote o de níspero.

Sofía y el terco me sorprende. Andrés Burgos fue el mejor estudiante de su generación en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños en Cuba y se graduó con Gajes del oficio (1998), un corto sobre el sicariato y los talk show que razonaba con humor corrosivo los vículos entre ambos negocios. Sofia y el terco también es una película arriesgada y llena de humor, pero es un filme que carece de veneno. La película le gustaría mucho a mi madre: es una anécdota sencilla, muy bien contada, sobre una mujer de la montaña que quiere viajar a conocer el mar y que para lograrlo se le tiene que escapar al esposo con el que lleva casada muchos años. Sofía es una mujer tímida, que nunca ha vivido ninguna aventura, y que no habla durante toda la película, un filme que se desarrolla con un bello contrapunteo entre planos generales del paisaje y la vida cotidiana, y los detalles de los objetos que le dan carácter a esa vida. La cinta que se grabó con una cámara de video de alta definición (Red One), está protagonizada por la estupenda Carmen Maura que recuerda a la Gelsomina de Fellini, e incluye a muchos actores colombianos que solo han trabajado en televisión, junto con otros que se han movido entre el cine y las novelas.

Estoy seguro que al gerente que se despidió de mi en la puerta, le habrá gustado esta película.

Andrés Burgos, además de ganarse la vida como libretista para RCN Televisión (canal que cofinanció el filme), es un escritor que en 2011 fue reconocido por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara como uno de los «25 secretos mejor guardados de América Latina», es decir: como un talentoso escritor joven, con varias publicaciones a cuestas, que puede ser una buena oportunidad para los negocios de los editores. Andrés es un buen escritor, desde hace años sus novelas (“Manual de pelea”, “Nunca en cines” y “Mudanza”) han sido unos libros que disfruto enormemente, porque me hablan de las calles y los tiempos de mi adolescencia, con esa combinación de humor e inteligencia que hace soportable las verdades amargas.

Trailer de la película «Sofia y el terco» (Andrés Burgos, 2012) from Julián David Correa on Vimeo.

Cuando la proyección de Sofia termina, salgo del Centro de Convenciones, y en la puerta me saluda con un beso una guapa cantante y actriz de televisión a quien hace mucho no veo. Le pregunto por una arepa de huevo, pero ella no entiende la pregunta y me dice que esta noche no puede, que estará en la entrega de premios, que lo mejor es que salgamos a cenar en Bogotá.

Corro de regreso hacia la ciudad vieja para buscar alguna fritanguera que me venda una arepa de huevo antes que empiece la película de Babenco.

El brasileño Héctor Babenco es otro de los invitados al 52o. FICCI, de quien se presentan El beso de la mujer araña (1985) y El pasado (2007), un filme que como el libro de Manuel Puig, es una novela que Babenco ha adaptado a la pantalla. El protagonista de esta película es el mexicano Gael García Bernal, quien además es el productor de Miss Bala (Gerardo Naranjo, 2011), uno de los filmes que se proyectan en la sección «Gemas» y que narra la historia de una muchacha de pueblo que sueña con ser reina de belleza y que lo logra en alianza con los narcotraficantes que controlan su tierra (ya se sabe que detrás de toda reina de porcelana tiene que haber algún poder que sostenga el estante).

El beso de la mujer araña es un clásico que se llevó un Oscar por la actuación de William Hurt, pero el conjunto del trabajo de Babenco no me convence, y no estoy muy seguro de que haya valido la pena sacrificar el jugo de níspero y la arepa de huevo que no pude encontrar, para regresarme corriendo al Centro de Convenciones, en donde a pesar de que la entrada es gratis, no se han ocupado todas las sillas. Cuando la proyección de El pasado termina, me quedo con una feliz sorpresa: la novela del argentino Alan Pauls es una obra seria y conmovedora sobre la memoria y los amores trágicos, de la que el filme recrea todas las anécdotas, pero sobre todo conserva con respeto esa profunda, irresistible y constante tristeza que acompaña el libro. Para la puesta en escena, Héctor Babenco ha encontrado un buen grupo de interpretes: el trabajo de García es memorable y acompaña muy bien a sus compañeras de plató.

Gael García y Héctor Babenco estan juntos en la presentación de El pasado, García ya ha tenido su rueda de prensa y su larga entrevista con El Espectador. Se podría pensar que el interés que despierta este actor se debe a su condición de galán, y hay algo de cierto en eso cuando se ve a las adolescentes desesperadas por tomarse una foto con él, pero el actor es mucho más complejo e interesante que lo que sus trabajos en Amores perros (Alejandro González Iñárritu, 2000) o La ciencia de los sueños (Michel Gondri, 2006) ya hacían suponer. Gael García no solo es un buen actor y se ha convertido en productor de cine, sino que con su amigo Diego Luna, ha creado una muestra itinerante de documentales que viaja por México. Gael García ha entendido que el cine es mucho más que una alfombra roja y una máquina de hacer dinero, que es un espacio de expresión que tiene mucho que decir y que puede decirlo en múltiples lugares, desde la internet, pasando por las salas comerciales y los festivales de cine, hasta las “giras de rock” (en palabras de García) que son las muestras itinerantes de cine. Ha sido un acierto del FICCI traer a Gael García, quien no sólo es un bonito rostro que representa el cine latinoamericano, sino que es un cinematografista que se pregunta por la realidad de nuestros países y que busca respuestas a la necesidad que tenemos de pensarnos y de reconocernos en las pantallas.

CARTAGENA, 26 DE FEBRERO (DÍA 4)

Ya sé que los cangrejos no estarán de acuerdo conmigo, pero es inevitable correr un poco en un buen festival de cine, y el FICCI ha regresado a esa categoría. La oferta del domingo incluye el conversatorio sobre adaptaciones literarias con Héctor Babenco, varias ruedas de prensa y conferencias, un par de decenas de películas (dos que se estrenan en este festival) y muchas fiestas. Es difícil levantarse de la cama con guayabo, el sonido del mar y esa combinación de calorcito, sal y brisa que llama más a la cerveza y a una bonita piel, que a los aires acondicionados de los teatros.

Finalmente me levanto y voy hasta el Claustro de Santo Domingo. No tengo tiempo de tomarme un jugo o de comerme un buen desayuno que a estas horas ya podría ser un almuerzo, y camino apurado por las callecitas de la ciudad vieja. En una esquina me encuentro con el jefe de prensa de una película. El hombre me detiene, me agarra de un brazo y me mete a un bar, en donde el director del filme que promociona está sentado en las sombras hablando por celular. El tipo de prensa me pide que me siente y que lo espere un minuto. El director y yo nos conocemos desde hace años, desde que empezó con la idea del proyecto que finalmente ha concluido y estrenado en el festival. Apenas el jefe de prensa me sienta y se asegura que no voy a salir corriendo, saca el celular y sale a la calle. El local es grande y limpio, y muy cartagenero, no pertenece a ningún europeo recién llegado al paraíso, ni es un sitio elegante. La cerveza del director parece derretirse sobre la mesa mientras la botella se calienta y yo espero. Preferiría llegar a tiempo a la conferencia, pero no quiero parecer descortés con el muchacho que evidentemente acaba de iniciarse en su oficio, ni con el director que lleva tanto tiempo tratando que continuar con el suyo. Finalmente el director cuelga y exclama: “¡Tantos años!”. Muchos años, es verdad. Le pregunto por el estreno y la rueda de prensa a las que no pude asistir. El hombre cuenta que al público le gustó la película, que incluso se rieron mucho, pero se queja de los técnicos de Dolby:

– Uno filma pensando en que todo el sonido viene del frente, ¿cierto?, pero la cosa no es así. No hay manera de entender lo que esa gente hace con las mezclas de sonido, no hay manera. Solo cuando estás en una sala de verdad, con todos esos ruiditos saliendo de todas partes, te das cuenta de lo que esta gente ha hecho, pero entonces ya es muy tarde para corregir algo.

Me muestro solidario. Aunque tengo sed, no quiero detenerme pidiendo una bebida y me decido por prender un cigarrillo. El director se pasa un largo trago de la cerveza, y de nuevo deja la botella en su charquito. En la calle, la luz del sol refulge inclemente desde las paredes blancas.

– ¿Y cuándo estrenas en salas comerciales? -le pregunto.

– No sé, son unas mafias, todos

– ¿Quiénes?

– Todos, todos, pero eso no se lo puedes contar a nadie porque te joden. Crees que ya terminaste la película y que lo peor ha pasado, y ahora es que te toca negociar con esas mafias de las salas y de los canales de televisión. Los canales no ponen nada de nada y se están ganando una excenciones de impuestos absurdas, ridículas. Uno se arranca la piel para poder hacer cine, y después le toca ir con ellos y con los exhibidores que no pierden nada, que no te dan nada, pero que se quieren quedar con todo, y te ponen a esperarlos y a hablar con uno y con otro, y te van ablandando de oficina en oficina, hasta que cuando finalmente llegas donde el tipo que toma la decisión, estás jodido, estás muerto de sed, y no te ofrecen nada, apenas unas goticas de agua, pero te toca tomartelas porque ya te agotaron y los necesitas. Es una mierda.

Se toma otro trago de cerveza y yo, con la garganta seca, trato de terminar mi cigarrillo.

– Lo siento mucho, de verdad.

Nos quedamos en silencio un largo minuto. Pienso agregar que el mundo funciona así: en la naturaleza el pez grande se come al chico, pero entre los humanos el pez grande pone a los pecesitos a trabajar para él, pero decido callarme y dejarlo con esa sensación de desahogo. Me levanto.

– Me voy corriendo, voy a llegar tarde –le explico.

El jefe de prensa regresa:

– ¿Ya cuadraste lo del artículo?

– No –le digo-, pero no te preocupes, esta semana veo la película.

– Fresco, fresco –le dice el director-, este sí es un amigo.

Me voy con la boca seca y el corazón encogido.

Que se le haga un homenaje a Isabella Rossellini en el 52º. FICCI es un acierto. Por su origen, Isabella representa la historia del cine de los grandes estudios de Hollywood y de lo mejor del cine europeo (es hija de la sueca Ingrid Bergman, protagonista de Casablanca -1942- y de Roberto Rossellini, el padre del Neorealismo Italiano), además es una actriz de culto por su papel en Blue Velvet de David Lynch (1986), y es una hermosa mujer con un rostro casi tan evocador como el de Chaplin, pero además es una persona brillante, que ha dirigido y ha producido cine. Sus últimos trabajos son una serie de cortometrajes (Green Porno) que realizó para el Sundance Chanel, y que pueden verse en esa página de internet. El 52º. FICCI ha traído a Isabella Rossellini a Cartagena, ha programado todas las películas que ha dirigido y ha proyectado el emblemático Blue Velvet, junto con la evocación creativa My Dad is 100 Years Old (Guy Maddin, 2005), que celebra el centenario de su padre. Que Isabella es una mujer bella y con estrella en la vida ya se sabe, pero que además tiene un inteligente sentido del humor, se descubre cuando habla y cuando se ven los cortos de Green Porno (desde 2011), en los que presenta los actos de seducción y cópula de un grupo de animales. Durante la rueda de prensa, el magnetismo de Isabella es tan inevitable, que una muchacha le pregunta porqué las estrellas tienen esa extraña condición de semidioses. Isabella responde pero muy pronto pasa a otros temas que incluyen la importancia y los riesgos de producir para internet, y sus opiniones sobre el cine y en general sobre las artes contemporáneas. La conversación de Isabella y de su equipo es provocadora, y por eso mismo, esperanzadora. Hay muchas otras maneras de producir imágenes en movimiento y de encontrar los espectadores para esas imágenes, no todos tienen que depender de las grandes empresas, del abolengo o de la fortuna familiar.

Cuando salgo del Claustro de Santo Domingo, se me ha pasado la sed y la tristeza, la luz del sol se sigue reflejando por todas partes, y la brisa pasa acariciando la piel. En las puertas del claustro, pregunto de nuevo por una arepa de huevo, pero en los retaurantes de la elegante plaza se come de todo, menos los fritos del Caribe. Me marcho a buscar una película en las salas del Centro Comercial Caribe Plaza. Como el escenario de los premios India Catalina todavía debe ocupar la torre del reloj, doy una vuelta por la plazuela de San Pedro y salgo de la ciudad por una de las viejas puertas de la muralla, por el Paso de la Aduana. Muchas veces he venido a Cartagena, pero jamás había usado el Paso de la Aduana para entrar o salir de la ciudad. Nada más entrar al túnel, me encuentro con una selva que lo llena por completo, del suelo al techo. El calor y la luz se desvanecen. En la fresca sombra hay veraneras florecidas en morado y en rosa, hay coralitos rojos y amarillos, hay abanicos de bolitas fucsia, anturios de cinco colores, sábilas grandes y pequeñas, y todo tipo de palmas, y hojas verdes y blancas y corotos amarillos, como los que pintaba Grau. Dos mujeres mayores, una frente a la otra, están sentadas en medio del verde jolgorio. Una de las mujeres duerme, en su mecedora, con la boca abierta. Saludo a la otra.

– ¿Qué es esto? – le pregunto

– Vendemos matas – me responde

– ¿Es un vivero? Increíble ¿Y hace cuánto están aquí?

La mujer hace con la mano un gesto muy caribeño, un gesto largo que mide el tiempo y las distancias en proporciones garciamarquianas. Sonrío.

– Nunca había entrado por aquí, siempre paso por la torre del reloj… pero ahora voy a seguir usando esta puerta, ustedes me alegraron el día.

CARTAGENA, 27 DE FEBRERO (DÍA 5)

En el Caustro de Santo Domingo me encuentro con el escritor Hugo Chaparro, que está hablando con Mónica Wagenberg y con Héctor Babenco, a quien no es fácil de reconocer porque ya no tiene ni un pelo en la cabeza. Hugo, en cambio, no ha cambiado nada desde que cumplió 30 años varios lustros atrás: su carne se detuvo a los 30 y su espíritu a los 9. Hugo siempre está sonriendo, y haciendo trucos de magia y bromas infantiles. En la distancia, Hugo y yo nos hacemos caras y acordamos escaparnos. La fuga es complicada: a Hugo lo detienen a cada paso, y él con todos se queda bromeando y conversando. Finalmente llegamos al portal y caminamos un par de cuadras hasta la muralla, a la que subimos por una rampa. Encima de la muralla, en la explanada frente al océano hay un bar: el Café del mar. Desde lo alto de la muralla se ven los edificios de Bocagrande, la ciudad vieja, el mar Caribe sereno en la distancia y encrespado ente las rocas. En un asta hay una gran bandera de Colombia, que con su tricolor ondeante completa la postal (Colombia: the only risk is wanting to stay). Hablando en confianza, Hugo es bastante más serio.

– ¿Y tú novela mexicana? –le pregunto en algún momento.

– La editorial nunca la trajo a Colombia, por aquí no se conoce. Un escritor mexicano escribió una crónica sobre eso: “Instrucciones de lo que una editorial debe hacer para que su autor sea un desconocido”, o algo parecido. Es increible lo torpes que pueden ser las editoriales multinacionales, que no entienden que los lectores no pueden ser solo los del país de la sucursal.

No hay nada de amargo en Hugo, pero cuando habla de sus libros siempre le cambia el tono de voz y su rostro asume un gesto serio. La bandera de Colombia se agita tras la cabeza del escritor, que con su mirada de autor batallando con la industria editorial, parece parte del busto de un prócer o parte de un oleo que podría estar colgado en la Academia de Historia.

– Una editorial independiente me quiere publicar –agrega-. Fueron muy generosos: me contactaron y me dijeron que publicarían cualquier libro que yo quisiera. Me decidí por una novela que tenía guardada.

– ¡Que buena noticia! –le digo, aunque Hugo no sonríe-… Es verdad que es muy duro eso de escribir, Hugo, y que hay oficios más simples y más necesarios.

– Pero hay que seguir escribiendo -me responde-, escribir es una manera de ponerle orden al caos.

Apenas llega la noche, en la plaza de las banderas del Centro de Convenciones se proyecta la película cubana Juan de los muertos (Alejandro Brugués, 2011), una historia de zombis en La Habana:

“…Vamos a hacer nuestro curso de defensa, como antes, pero ahora nuestro enemigo no son los yankis, sino un enemigo real: los zombis. Cuando estos tipos atacan, quieren comerselo todo y no paran, como en el período especial.”

La película es muy divertida, y no tiene nada que ver con la animación Vampiros en La Habana de Juan Padrón (1985), otra historia de muertos vivientes. En este caso se trata de una puesta en escena que no alecciona para nada sino que más bien se burla de todo, de la belleza incluida.

La entrada a la plaza es gratuita, como la entrada a todas las proyecciones del festival, pero de nuevo uno se encuentra con sillas vacías. Es triste y extraño. Cartagena es una de las ciudades más bellas de Colombia y a lo largo del año está llena con todo tipo de eventos, entre los que se cuentan tres muy importantes para las artes en Colombia: el festival de música clásica, el festival literario (Hay Festival) y el festival de cine. De los tres, este año y por primera vez, solo el de cine ha decidido que para todos los espectáculos debe haber entrada franca. Esta decisión quiere pagar una deuda con los habitantes de la ciudad que ven desfilar eventos y cruceros, sin que ellos mismos puedan disfrutar de la ciudad como los visitantes lo hacen. Esta decisión, sin embargo, no ha tenido por efecto el que todos los teatros y las plazas estén siempre ocupados, aunque en el multiplex del Caribe Plaza, las boletas se agoten y las salas se llenen durante un rato (los festivaleros de ocasión toman las boletas, entran y se salen si el filme no les gusta, aunque ya nadie pueda tomar los cupos que ellos abandonan). En el FICCI, algunos espectadores profesionales se quejan, aunque los organizadores han dicho que las personas con credencial (prensa, invitados e industria) son siempre las primeras en entrar. Tal vez el sistema deba revisarse el próximo año, pero es cierto que los cartageneros deben poder disfrutar de su ciudad y de los eventos que se embellecen con sus murallas.

Antes que los zombis del Caribe terminen de mascarse a los últimos cubanos, paso al auditorio del Centro de Convenciones a ver Shame (2011) de Steve McQueen. Shame es una desoladora película sobre un adicto al sexo, realizada por un director británico que ha filmado solo un cortometraje y dos largos, y que con éste, su segundo largometraje, se ha quedado con el premio FIPRESCI del Festival de Cine de Venecia. Esta película, que ha tenido bastante presencia en los medios internacionales, es  todo lo que los rumores decían: las interpretaciones de Michael Fassbender y Carey Mulligan no dejan duda sobre el inmenso talento de ambos actores, el estupendo filme carece de moralejas y envuelve a los espectadores en una profunda compasión (“No somos malas personas, solo venimos de un mal lugar”).

 

CARTAGENA, 28 DE FEBRERO (DÍA 6)

Termino el almuerzo y dejo a los amigos en la mesa para llegar a tiempo a la proyección de Chocó en el Teatro Heredia. Llego faltando 15 minutos para el inicio de la película, y todas las puertas están cerradas. Afuera hay grupos de gente, y una especie de fila que más parece una minimultitud con vocación de asonada. Pienso que las puertas ya tendrían que haberse abierto, y es verdad que las puertas ya se abrieron, que el teatro ya se llenó y que las puertas ya se cerraron. Recuerdo la sabiduría de los cangrejos y me voy caminando despacio hasta la oficina de prensa. Hoy no puedo quejarme, ya vi muy buen cine: en las funciones para prensa y jurados de esta mañana, he visto Las acacias (Pablo Giorgelli, 2011) y La voz dormida (Benito Zambrano, 2011). Las acacias es argentina y es una estupenda y silenciosa película que ganó en Cannes la Cámara de Oro. La de Zambrano es una película muy bien hecha sobre los primeros años de la dictadura de Franco. La película de Zambrano tiene todos los ingredientes para ser un gran filme: muy buenos actores (¡que buen trabajo el de María León!), una historia conmovedora y una hermosa fotografía, pero me molesta que en esa película todas las monjas y todos los curas sean tan feos. Es verdad que la Iglesia Católica se alió con el dictador Franco y con Benito Mussolini, y que guardó silencio ante Hitler y es cierto que esa iglesia siempre se ha compinchado con los poderosos sin importar que tan criminales sean, pero en una película tomar partido de una forma tan maniquea, le quita credibilidad a la obra y complejidad a los personajes.

En el camino hacia la oficina de prensa, miro los edificios, los autos y la gente. En algunos autos descubro calcomanías con la bandera del Líbano, y en las construcciones de estilo colonial español encuentro de vez en cuando detalles moriscos. Durante siete siglos la peninsula ibérica fue un emirato del imperio árabe, pero lo moro en las casas no se deben tanto a esa larga convivencia, como a las sucesivas migraciones que el Caribe colombiano recibió de Siria y Líbano. La huella de estas naciones se ve en la arquitectura y en los apellidos, pero también en las arepas de huevo, que se crearon en estas tierras siguiendo una receta libanesa. Los emigrantes, en lugar del trigo para los panes, usaron el maíz para las arepas y en ese mestizaje de voces y alimentos, crearon una delicia crujiente que en este viaje todavía no he podido comerme con un buen jugo de níspero.

Trabajo un rato en la oficina de prensa y salgo con mucho tiempo al multiplex del Centro Comercial Caribe Plaza, para ver la película iraní, Una separación (Asghar Farhadi, 2011), el filme que acaba de quedarse con el Oscar a la mejor película extranjera. Llego con una hora de anticipación y todas las boletas están reservadas, todas, e incluso hay una lista de espera. Es evidente que ningún organizador ha separado un cupo para las personas que llevamos credencial, y que esta sala se ha llenado solo con las llamadas de reservación que los clientes del teatro han hecho. De nuevo invoco mi fe en las artes para todos, y el sabio espíritu de los cangrejos y me meto a la primera película que está disponible: Ciudad de vida y muerte (Lu Chuan, 2009), que hace parte de la muestra «Conchas de oro de la última década», la selección de filmes premiados en el Festival de Cine de San Sebastián.  Ciudad de vida y muerte es una cinta bélica sobre la invasión japonesa a la ciudad china de Nanjing, una obra conmovedora, horrenda y bella. Me siento muy afortunado de que la programación del festival sea tan buena, que valga la pena ver casi cualquier película que se escoja. Mi alegría se disipa un poquito cuando descubro que mi compañero en la silla de al lado es uno de esos señores caribeños que tiene la costumbre de gritarle a la película sus opiniones sobre el guión, la fotografía y las tragedias de los desafortunados personajes. Suspiro. Me digo que Colombia es un país multiétnico y pluricultural, y que es una maravilla que el temperamento caribeño sean tan apasionado y dicharachero. El filme avanza con un conteo atroz de muertos, pero también con inspiradores momentos de ternura y valor. El expresivo señor sigue con su monólogo, y se comueve con más frecuencia y profundidad que yo, tanto que decide compartir la película con su mujer a través del celular. Agradezco a la dirección del FICCI la entrada gratis de los cartageneros a su propio festival, agradezco a los Lumière por la invención del cine y a Antonio Meucci por la invención del teléfono, antes de mandar a la mierda al caballero que cree que una sala de cine es lo mismo que la sala de su casa.

Huyendo de la gente que pelea con las pantallas, y comparte la emoción de ir gratis a cine con sus bebés, escapo del teatro, pero me detengo ante la puerta de Una separación, filme del que se está saliendo una pareja que seguramente reservó sus puestos y le quitó a otros la oportunidad de entrar. Aprovecho la situación y entro a ocupar uno de los lugares de la pareja, y puedo ver casi completo uno de los mejores filmes que se presentarán en Colombia durante este año.

CARTAGENA, 29 DE FEBRERO (ÚLTIMO DÍA DEL FICCI)

Muy temprano en la mañana, el último día del festival, me pude comer una arepa de huevo que conseguí en uno de los puestos callejeros que se montan antes del mediodía en las aceras de la ciudad vieja. Como en el puestico solo se vendían fritos con gaseosa, compré la arepa de huevo y la empaqué en una bolsa, y antes que se humedeciera y perdiera sus crujientes cualidades, me la llevé a su encuentro con un jugo de níspero helado y dulzón. Mi viaje por esta hermosa ciudad y por tantas buenas películas podía estar por terminar, pero yo era feliz, muy feliz. Es difícil encontrar tanta felicidad en la vida.

La ceremonia de clausura del FICCI presenta el último filme de Alex de la Iglesia, La chispa de la vida (2012) que se estrenó hace dos semanas en la Berlinale. El filme nos gustó muy poco: Juan Carlos González, el editor de la Revista Kinetoscopio, recordó que esta cinta es muy semejante a una de Billy Wilder, pero a mí me parece que el problema no es que el tema haya tenido un abordaje similar, sino que el filme todavía luce como la idea de un filme, y que el director se ha tomado a sí mismo y a la sociedad muy en serio. Una de las mejores cualidades de la obra de Alex de la Iglesia, es su humor negro y su inteligencia, que nos ayudan a todos a tomar distancia y a digerir con mayor gusto los temas terribles que aborda. En cualquier caso, es una maravilla que esta cinta haya venido acompañada por el director, quien ha realizado una master class en donde ha compartido sus opiniones sobre el cine y ha dicho cuanta barbaridad se le ha ocurrido. Alex de la Iglesia se inició haciendo cómic, y cuando se le escucha hablar cambiando el tono de la voz y sacándose caracteres en cada giro del lenguaje, se puede uno imaginar con vividez a una orda de personajillos ruidosos en su cabeza. Inteligencia con humor ha sido una de las marcas de los invitados al 52º. FICCI.

Vínculo a la entrevista que Oswaldo Osorio le hizo a Alex de la Iglesia durante su presencia en Cartagena: «Más maduro, no, más estropeado y degradado».

El evento de la entrega de premios tuvo algo de desorden a la entrada, pero finalmente todos pasamos y llenamos el Centro de Convenciones. Las primeras palabras estuvieron a cargo de Salvo Basile, el Presidente de la Junta Directiva del FICCI y de Mónica Wagenberg, la Directora. Después subió al escenario un jurado de cada modalidad para leer los nombres de los ganadores, de los que vimos en pantalla algunos fragmentos (el palmarés completo se encuentra al final de esta crónica). En la muestra “Colombia al 100%”, Sofía y el terco se llevó el premio especial del jurado, y Porfirio el de mejor película y mejor director. Alejandro Landes, realizador de Porfirio, también se llevó el premio a mejor director en la competencia oficial de ficción. No puede decirse que al cine colombiano le haya ido mal: el premio a mejor videoarte y el premio especial del jurado en cortometraje se los llevaron trabajos colombianos, aunque ningún documental nacional fue premiado y los mayores reconocimientos los obtuvo la película argentina El estudiante (Santiago Mitre, 2011).

Catorce largometrajes colombianos se presentaron en el 52o. FICCI: 180 segundos (Alexander Giraldo, 2012), Apatia, una película de carretera (Arturo Ortegón, 2012), Corta (Felipe Guerrero, 2012. Documental), El gran sadini (Gonzalo Mejía, 2012), Gordo Calvo y Bajito (Carlos Osuna, 2012), Ilegal.Co (Alessandro Angulo, 2012. Documental), Jardín de amapolas (Juan Carlos Melo, 2012), Nacer (Jorge Caballero, 2011. Documental),  Pescador (Sebastián Cordero, 2012. Ficción coproducida con Ecuador), Sin palabras (Ana Sofía Osorio y Diego Bustamante, 2012), Belleza cautiva (Jared Goodman, 2011. Documental coproducido con los EEUU), Porfirio, Chocó y Sofia y el terco. De esos catorce trabajos, al llegar al festival solo tres tenían distribución y a la conclusión del evento, seis tenían contrato con empresas que se encargarán de llevarlos a las pantallas. Las restantes ocho películas tendrán un futuro incierto: si no encuentran distribuidora, sus productores tendrán que negociar directamente con las salas y los canales de televisión. En ese sentido, al cine colombiano no le fue tan bien como se quisiera, aunque sin duda le fue mucho mejor que en años como los que precedieron a la creación del Ministerio de Cultura y a la Ley del Cine, épocas en las que con frecuencia solo había un largometraje de ficción en el festival.

La ceremonia de premiación continúa con el desfile de creadores y de Indias Catalina, y con la presencia de gente tan talentosa como Claire Denis. Alejandro Landes ya se ha ido de Cartagena, pero como su película ha ganado tres Indias, los organizadores han puesto su rostro un par de veces en la pantalla: “Estar en Cartagena ha sido una experiencia única, nunca voy a olvidar a toda esa gente emocionada en los palcos durante el estreno, ni la cara de Porfirio cuando se tomó la foto con la Señorita Colombia, o cuando el Embajador de los Estados Unidos le dijo que quería tomarse una foto con él, y después de la foto, Porfirio le dijo que le diera una visa. No voy a olvidar nunca la cara del Embajador”

Es verdad, esta cita con Cartagena y con el cine ha sido memorable. Colombia tiene un festival del que puede sentirse orgullosa y una ciudad que evoca toda la belleza y las tragedias de nuestro continente. Aunque el festival acaba de terminar, ya queremos regresar al FICCI y volver a caminar por las calles de Cartagena.

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PREMIOS DEL 52º. FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE CARTAGENA DE INDIAS (FICCI):

VIDEO ARTE
Miembros del Jurado
ALEXANDRA GELIS LOMBANA – CARLOS TRIVIÑO – CARLOS OSUNA

Mejor Video Arte para la obra:

  • ÉBANO de Giuliano Cavalli

PREMIOS NUEVOS CREADORES
Miembros del Jurado
PABLO GIORGELLI – JORGE CABALLERO – SANDRO ROMERO REY

  • Cuarta Mención: Natura de Andrea Carolina Angarita (Universidad Autónoma de Bucaramanga) – Gana beca para el Seminario GÉNEROS COLOMBIA de Robert Mckee
  • Tercera Mención: El gallo fino de Tatiana Parodi Molina y Luis Fernando Sanchez (Universidad del Magdalena) – Gana beca para el Diplomado en Gestion y Produccion de Proyecto Audiovisuales de la Universidad Autónoma de Bucaramanga
  • Segunda Mención: Ojos alas balas de Mauricio Arrieta Fontanilla (Universidad del Magdalena) – Gana beca para el Seminario GÉNEROS COLOMBIA de Robert Mckee y beca para el Diplomado en Gestion y Produccion de Proyecto Audiovisuales de la Universidad Autónoma de Bucaramanga
  • Primera Mención: Ella y la implosión de Sebastián López Borda (Universidad Nacional de Colombia) – Gana beca para el Seminario GÉNEROS COLOMBIA de Robert Mckee y Cámara fotográfica entregada por la Universidad Jorge Tadeo Lozano
  • Mejor Cortometraje Nuevos Creadores: Mu Drua (Mi Tierra) de Mileidy Orozco Domicó (Universidad de Antioquia) – Gana beca para el Diplomado en Gestion y Produccion de Proyecto Audiovisuales de la Universidad Autónoma de Bucaramanga, Estatuilla SHOCK + Cámara de Video otorgada por SHOCK y Premio 2.35 DIGITAL, 100% costos de postproducción de imagen y corrección de color para el corto

COMPETENCIA OFICIAL CORTOMETRAJE
Miembros del Jurado
CLARA MARIA OCHOA – SEBASTIÁN CORDERO – JORGE PERUGORRIA

  • Premio Especial del Jurado: Los retratos de Iván D. Gaona (Colombia)
  • Mejor Director: Aly Muritiba por A Fabrica (Brasil)
  • Mejor Cortometraje: A Fabrica de Aly Muritiba (Brasil)

COMPETENCIA OFICIAL DOCUMENTAL
Miembros del Jurado
DEBRA ZIMMERMAN – RICARDO GIRALDO – RICARDO RESTREPO

  • Premio Especial del Jurado: Cuates de Australia de Everardo González (México)
  • Mejor Director: Tatiana Huezo por El lugar más pequeño (México)
  • Mejor Película Documental: El lugar más pequeño de Tatiana Huezo (México) – Gana 5.000 dólares que otorga el FICCI

COLOMBIA AL 100%
Miembros del Jurado
ANNA MARIE DE LA FUENTE – JOSH SIEGEL – EDOUARD WAINTROP

  • Mejor Actor: Andrés Crespo por Pescador
  • Premio Especial del Jurado: Sofía y el terco de Andrés Burgos
  • Mejor Director: Alejandro Landes Echavarría por Porfirio – Gana Premio Hangar Films dotado con 30.000 dólares en equipos cinematográficos
  • Mejor Película: Porfirio de Alejandro Landes Echavarría – Gana el Premio Turner Internacional -ISAT- dotado con 25.000 dólares, el Premio Cinecolor dotado con 11.000 dólares en deliveries y 13.000 dólares en servicios de postproducción para el director

COMPETENCIA OFICIAL FICCIÓN
PREMIOS ADICIONALES

  • Premio Organización Católica Latinoamericana y del Caribe de Comunicación -OCLACC-: Historias que sólo existen cuando se recuerdan de Julia Murat (Brasil)
  • Premio del Público Cinecolor: Chocó de Jhonny Hendrix Hinestroza (Colombia)

PREMIO DE LA CRÍTICA INTERNACIONAL – FIPRESCI
Miembros del Jurado
GUSTAVO NORIEGA – RENZO FEGATELLI – PEDRO ADRIAN ZULUAGA

  • Mejor Película: El estudiante de Santiago Mitre (Argentina)

COMPETENCIA OFICIAL FICCIÓN
Miembros del Jurado
CLAIRE DENIS – HECTOR BABENCO – DENNIS LIM

  • Mejor Actor: Esteban Lamothe por El estudiante
  • Premio Especial del Jurado: El lenguaje de los machetes de Kyzza Terrazas (México)
  • Mejor Director: Alejandro Landes Echavarría por Porfirio (Colombia/ España/ Argentina/ Uruguay/ Francia)
  • Mejor Película: El estudiante de Santiago Mitre (Argentina) – Gana 15.000 dólares que otorga Cine Colombia

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Julián David Correa.

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Imágenes: (1) Foto de la bahía de Cartagena tomada por Julián David Correa. (2) Afiche de El pasado. (3) Postal de Green Porno. (4) Foto de la Plaza de San Pedro, Cartagena, tomada por Julián David Correa. (5) El mar Caribe y edificios de Bocagrande desde las murallas de Cartagena, foto de Julián David Correa. (6) Afiche del filme Shame. (7) Afiche del filme argentino Las acacias. (8) Afiche de la película iraní Una separación. (9) Afiche del 52o. FICCI. (10) Afiche del filme La chispa de la vida. (11) Foto de Isabella Rossellini, invitada especial al 52o. FICCI.

Vídeos: (1) Trailer internacional de la película Porfirio (Alejandro Landes, 2011). (2)  Trailer de Sofia y el terco. (3) Master class de Alex de la Iglesia, video por Julián David Correa.

Vínculos: Cortometrajes Green Porno en el Sundance Channel.

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One Response to “Crónica del 52º FICCI, 2012 – Boletines de viaje”

  1. musaraña dice:

    Muy bueno el recorrido… quedé con ganas de ver varias… de elegir entre el próximo Hay y el FICCI y escoger el FICCI… de tomarme otra foto con Alex de la Iglesia… y de ver el cuadro de Hugo pero de verdad…

    Un abrazo Julián David

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