La revista Kinetoscopio en medio de la muerte

La revista Kinetoscopio en medio de la muerte

LOS QUE NO ESTÁN, LOS QUE NUNCA SE MARCHARÁN*

Las ciudades no son las vías y los monumentos, son las historias que recorren las calles y las personas que las habitan. En 15 años Medellín es otra ciudad: cuando Kinetoscopio nació teníamos aún más miedo que hoy. En el Medellín de 1990 pasaba un año más de la guerra contra el narcotráfico, un tiempo en el que detenerse junto a un policía era buscar la muerte y acompañarlo en el terror de caer por una recompensa. En esa década, los narcos y sus sicarios lo podían todo: eran ley para mucha gente, ocupaban los cócteles de industriales y políticos, y llenaban las discotecas de los niños bonitos, de los hijos de la clase gobernante. Entre las montañas de Medellín retumbaban frecuentemente las explosiones, atrapadas en ecos repetidos por los muros del valle: a veces eran las bombas de los narcos o los petardos de las milicias de izquierda, en ocasiones los disparos de alguna banda de pillos, frecuentemente era la pólvora de las navidades de mitad de junio, cuando en algún barrio se celebraba la «coronada» de un cargamento de coca en los Estados Unidos. En 1987, el Colombo Americano de Medellín fue semidestruido por una bomba, la biblioteca se volvió una lluvia de confeti. Los que amábamos el cine y los libros que nos traía el Colombo, nos enteramos que ese nombre: “Centro Colombo Americano”, lo hacía un objetivo militar. Entre las ruinas, aún amortajadas por el olor a 40 kilos de dinamita, Paul Bardwell, un fuerte gringo que amaba Medellín y que había convertido una escuela de inglés en centro cultural, empezó a recoger los libros que aún podían utilizarse.

Con la cabeza llena de libros, en la segunda mitad de los ochentas, un paisa fue a Cuba, a la Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, y regresó a su tierra con un guión bajo el brazo. Era un hombre flaco, nervioso, con grandes mostachos de cosaco. El hombre se llamaba Juan Guillermo López, y el guión era la historia de una madre insana que termina en un hospital mental. Cuando Juan Guillermo regresó a Medellín tuvo miedo: lo repetía cada que alguien le preguntaba por Cuba, a Juan Guillermo lo perseguía el susto de la violencia desbordada en una ciudad cercada por montañas. Con el guión bajo el brazo, Juan Guillermo empezó a buscar recursos para su película, pero sólo encontraba actores aficionados y propuestas para escribir comedias de televisión. En un país sin industria cinematográfica, Juan Guillermo pensó que la solución tendría que venir de la gente que hacía cine, no de los demás, y junto con otros realizadores trató de montar una cooperativa que se reunió por primera vez en el estudio que Ivo Romani construyó en la frontera entre el barrio Prado y Lovaina, el estudio que para entonces pertenecía a FOCINE. La cooperativa nunca despegó y Juan Guillermo siguió caminando con su guión bajo el brazo. De calle en calle, Juan Guillermo se encontró en alguna esquina (probablemente la de El Palo con Maracaibo), con Paul Bardwell. El Colombo se convirtió en el refugio de un cosaco que descubría lo difícil que resulta la batalla de hacer cine en Colombia.

Scan 113070001Apenas si existía cine en Colombia cuando empezaban los setentas, y Luis Alberto Álvarez regresó de Alemania. Sacerdote claretiano, goloso hijo de una estupenda repostera. Este niño grande y apacible, que parecía un brontosaurio bondadoso, de esos que siempre llevan una chocolatina Jumbo Jet en el bolsillo, había descubierto durante sus estudios de teología en Europa, que había en el cine una pasión permitida y abrumadora, una pasión que sólo conocía por la comida abundante y bien servida, por la ópera y por el Mozart que jugueteaba en su casa. Enamorado del cine, en los ochentas, Luis Alberto cumplía dos décadas coleccionando libros y artículos, que recogía en cualquier parte del mundo, en cualquiera de los idiomas de la Europa occidental. Luis Alberto mismo empezó a publicar en 1972. En 1973 inició su columna de El Colombiano, un refugio intelectual de quienes querían pensar sobre cine, y no sólo el cine de los grandes maestros, sino nuestro cine local, modesto, acosado por ruindades humanas y miseria económica. La columna que Luis Alberto escribía con el corazón, fue como todo su ejercicio crítico, un acto de amor, la construcción activa del cine colombiano, un verdadero diálogo con los realizadores. En los ochentas, Luis Alberto empezó a dictar cursos en el Museo de Arte Moderno, en la Cámara de Comercio de Medellín y, finalmente, en la recién inaugurada primera sala de cine del Centro Colombo Americano. En estos cursos Luis Alberto encontró que cada nueva pasión engrandece el corazón y conduce a tener hijos, en este caso, sus alumnos de los cursos de cine, cursos de los que saldrían críticos, realizadores y gestores culturales.

Kineto Paul No 71Paul Bardwell tenía espíritu de gestor cultural y de pionero. La vida de Paul se orientaba por la certeza de que todo el universo puede cambiar por un acto de voluntad. Hombre grande y fuerte, habitado por la disciplina y el pragmatismo luterano, había estudiado administración de empresas, pero también había sido silencioso romántico, fotógrafo y trotamundo. De camino en camino llegó a Medellín en 1977. Una Medellín convencional, burguesa, concentrada en hacer dinero, quizá una ciudad cercana a su Northampton (Massachussets, EEUU.) natal. En 1990, la voluntad y la constancia de Paul habían logrado hacer del Colombo una torrecita a la que se podía subir para ver las culturas que se existían más allá de las montañas. La pasión cinematográfica de Luis Alberto y sus cursos, complementaron muy bien el trabajo de Paul: llenaron los sueños con imágenes amadas y al Colombo con jóvenes que querían pensar, expresarse y descubrir horizontes. Las películas que se programaban, los cursos de Luis Alberto, y la creciente cantidad de realizadores y apasionados por el cine, demandaron espacios para el diálogo. Kinetoscopio nació de esta ebullición de ideas, como un atado de hojas mimeografiadas que para el segundo número se habían convertido en una revista, una publicación en donde Juan Guillermo escribía con media docena de nombres diferentes, junto con Paul, Luis Alberto, César Augusto Montoya (quien con Paul, fue uno de los autores del primer número), Juan José Hoyos, Marta Ligia Parra, Fernando Arenas, Aldemar Betancur, Orlando Mora, María Lucía Castrillón, Alberto Sierra, Lía Master, Santiago Andrés Gómez, Hugo Chaparro, Víctor Gaviria y Carlos Eduardo Henao, entre muchísimos otros.

Los caminos de Luis Alberto, Paul y Juan Guillermo no se detuvieron con Kinetoscopio. Luis Alberto siguió enseñando y empezó a publicar su columna en una serie de libros. Paul desarrolló cada vez más proyectos culturales en Medellín y se convirtió en asesor de centros binacionales en otros países. Juan Guillermo publicó un manual sobre realización en cine y video. En 1993, Juan Guillermo, quien nunca renunció a hacer imágenes en movimiento, venció el susto y las barreras bancarias para comprar una cámara. No alcanzó a pagar la deuda ni a hacer un solo trabajo completo: el susto lo alcanzó en una esquina de Laureles, y le clavó una bala para poder robarle la cámara. Juan Guillermo fue el primer muerto de una revista que había nacido dentro de una ciudad sacudida por las guerras. Ya todos sabíamos que la torre del Colombo no era inmune a la muerte, pero ver caer los muros no duele tanto como ver caer a un amigo.

Todos continuamos creciendo y abriendo nuevos senderos, unos que nos alejaban de Medellín, otros que enriquecían nuestra ciudad. Luis Alberto fue de los que se quedaron. En algún momento viajó a Alemania a trabajar con la Deutsche Welle, pero regresó espantado por un mundo en donde ya no se reconocía, un mundo solitario que le encogió el corazón. Poco tiempo después de su regreso, supimos que la mucha comida y la mucha pasión habían hecho de su corazón un músculo hipertrofiado. Durante meses Luis Alberto esperó un milagro frecuente en Medellín: la muerte de un joven sano cuyo corazón le pudiera servir. Las semanas pasaron, Luis Alberto bajo de peso, los amigos desfilaron por su casa, muchos más amigos y mucho más amor del que hubiera recibido de la familia que renunció a tener. En 1996, en medio de la espera, Luis Alberto dejó de desear la muerte de otro y se confió a una cirugía experimental, una cirugía que en su caso no terminó bien.

Tras la muerte de Luis Alberto, Paul Bardwell bajó de peso y se hizo aún más fuerte. La voluntad que lo había hecho cambiar a Medellín lo podía hacer cambiar su propio cuerpo. Los días de Paul siguieron siendo activos desde el amanecer. Se publicó una Kinetoscopio dedicada a la vida de Luis Alberto[1], y luego vinieron muchas más, se inauguró otra sala de cine. El trabajo no se detuvo, pero dentro de Paul medraba una enfermedad que tenía su misma voluntad y se alimentaba de su misma fuerza. Paul, engañado por sus propias certezas, estaba seguro de poder vencer esa enfermedad. En 2004 la pelea la perdió Paul y su muerte nos demostró que la voluntad puede mucho, pero no todo.

kineto 1991-93Antes del cumpleaños 15 de la revista Kinetoscopio, tres de sus fundadores murieron. Ir a Medellín y al Colombo Americano es muy diferente ahora. El edificio que Paul levantó ha llegado a tener 10 pisos: decenas de salones, una inmensa biblioteca con estaciones de video, dos salas de cine, una gran galería y muchos horizontes. El Colombo cambió y tres amigos murieron. En estos años descubrí que la torre y el refugio están en uno mismo: en la pasión, la constancia y el trabajo. Gracias a lo que aprendí con estos tres amigos, busqué el cine y he trabajado por las artes y las culturas de Colombia. Estos tres amigos están en nosotros y en sus obras, pero nada sana la tristeza de saber que hoy no ven el destino de lo que hicieron: de una revista que cumple quince años y de los caminos que recorremos gracias a ellos.

 

[1] La número 37: Volumen 7, mayo-junio de 1996

 

* Por Julián David Correa. Publicado en la Revista Kinetoscopio No. 73, Volumen 15, en el año 2005.

Número especial que conmemoraba los 15 años de esta publicación sobre cine.

Imágenes: (1) Portada de la Revista Revista Kinetoscopio No. 73, Volumen 15, en el año 2005. Número especial que conmemoraba el 15o. aniversario de la publicación. (2) Luis Alberto Álvarez en la portada de la Revista Kinetoscopio No. 37, número que incluía un homenaje con motivo de su muerte. (3) Paul Bardwell en la portada de la Revista Kinetoscopio No. 71, número que incluía un homenaje con motivo de su muerte. (4) Consejo de Redacción de la Revista Kinetoscopio en el período1991-1993. Sentados de izquierda a derecha: Santiago Andrés Gómez, Fernando Arenas, Marta Ligia Parra, César Montoya, Luis Alberto Álvarez y Lia Master. De pie: Paul Bardwell. En el piso: Juan Guillermo López.

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2 Responses to “La revista Kinetoscopio en medio de la muerte”

  1. José Fernando Tobón dice:

    Gracias, a nombre de los Misioneros Claretianos, por la memoria y semblanza de Luis Alberto.
    Como podrán imaginarse, dentro de la comunidad, fue también una figura bondadosa, cuestionadora y luminosa que nos enseñó sin pretensiones y con mucha pasión a avanzar sin miedo y proféticamente por el binario fe-cultura, humanismo-teología, conciencia-religión.
    Y ello, gracias en parte, a todo un grupo de gente joven de todos los pensares y sentires que lo evangelizó dejándose fascinar por su inteligencia y bondad.

  2. Fernando dice:

    La vida sigue cambiando, muy a nuestro pesar. El Colombo ha vuelto a ser más una escuela de inglés que un centro cultural, aunque ahora multiplicado por todos los sectores de Medellín. La revista ahí sigue, ahora con otros aires y distinta gente a su cargo, su editor un infatigable cinéfilo y alumno de Luis Alberto. El Centro de Medellín languidece en una decadencia imparable a pesar de los mejores esfuerzos de comerciantes y burócratas. Gracias por rescatar la memoria de nuestros tres amigos, en especial el cosaco del mostacho, a quien rara vez le rinden algún homenaje pero bien los merece.

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