«Che, el argentino» de Steven Soderbergh

«Che, el argentino» de Steven Soderbergh

¿QUIÉN ERA EL CHE?*

A las carteleras del mundo y a las carteleras colombianas llegó la primera parte del filme Che, también conocida como El argentino (Steven Soderbergh, EEUU. 2008), luego de su estreno en el Festival de Cannes y tras su presentación en el Festival de Cine de Cartagena. El filme de Steven Soderbergh (director de: Ocean’s Eleven, Traffic y la recordada Sex, Lies and Videotape, entre otras), se inicia con una cena en México, en la que se conocen Ernesto Guevara y Fidel Castro. Durante esa cena, ambos se comprometen a luchar por la Revolución cubana. Tras el encuentro de los dos líderes, el filme inicia un largo flash forward que comienza con las reflexiones que el Che se hace sobre Fidel: “Fidel esperaba embarcarse en un barco que hacía agua y tras su llegada a Cuba, esperaba hacerse con un ejército y hacer la Revolución… Fidel estaba un poco loco”, conclusión a la que Fidel replica: “Pero un poco loco está bien”. La narración del filme se abre y se cierra con la cena de México, y al interior de estos corchetes se desarrollan dos momentos de la vida del personaje presentados de manera paralela: la lucha en Cuba y la visita del Che a Nueva York, con su discurso en Naciones Unidas como Ministro del gobierno cubano.

Desde los primeros minutos de la película, es evidente que el espectador está ante un filme construido con inteligencia: Peter Buchman y Benjamin A. van der Veen han hecho un estupendo trabajo como escritores: el guión es agudo y ha sabido escoger bien los fragmentos de una vida vasta y apasionante. El trabajo de los guionistas es el resultado de una cuidadosa investigación en la que el diario boliviano del Che tuvo un lugar importante (este guión recibió nominaciones al Goya y al Oscar). Tras esa primera evidencia, la segunda muestra de calidad aparece en el trabajo del director y de sus actores, a través de una puesta en escena impecable, en donde el Che y Fidel y Cienfuegos, y cada personaje encarnado en la pantalla están llenos de credibilidad y se alejan de cualquier caricatura que uno hubiera podido temer. La narración se centra en las transformaciones de un personaje (a pesar del estupendo trabajo realizado, este Che no es una persona, sino la versión que Soderbergh y Del Toro han hecho de él), de un personaje que se erige sobre su asma y sobre las debilidades de quienes lo rodean, para convertirse en un héroe, en un mito vivo que al decir del chispeante Camilo Cienfuegos, podría encerrarse en una jaula y pasearse por Cuba entera como un espectáculo capaz de recaudar una fortuna. El relato de la Revolución en Cuba nos presenta el nacimiento de un mito, y la historia del Che en Nueva York nos da un vistazo al poder del mito en acción: a su rudo estilo de diplomacia, a su liderazgo, a su veloz inteligencia.

El filme nace como un proyecto de la productora Laura Bickford, el realizador Steven Soderbergh y el actor Benicio Del Toro. Aunque Del Toro ha declarado: “Espero que a los espectadores este filme les funcione como película, no como documental”, lo cierto es que las más de cuatro horas de pantalla que los productores han convertido en un largometraje presentado en dos partes, son el resultado de un trabajo colectivo que busca acercarse a la verdad histórica, y que por tanto prescinde al máximo del inglés para presentar una historia rodada en español con actores de todo el continente. Una decisión que los americanos agradecemos y que implicó un esfuerzo mayor de parte de un elenco que por la variedad de sus procedencias, tuvo que sumar al reto que implica la fama de los personajes, el riguroso trabajo del entrenamiento en los acentos de los mismos. El desafío asumido por Del Toro en su interpretación del Che Guevara se logra con suficiencia, al igual que el trabajo de Demián Bichir, quien tuvo el difícil encargo de representar a un Fidel joven y ya seguro de su triunfo.

Durante una de tantas entrevistas que Benicio Del Toro realizó para la promoción de la película, apareció la típica pregunta de porqué hacer una película sobre el Che, a lo que el actor estadounidense nacido en Puerto Rico respondió: “Mientras crecí, del Che sólo me decían que era un tipo muy malo. Con los años, esa frase se quedó corta y empezó la inquietud de conocer mejor a esta persona.” Lo cual no significa que Del Toro y sus colegas de producción hayan querido hacer un filme reivindicador de las revoluciones en América Latina. De hecho, los juicios alrededor del tema son eludidos constantemente por los productores, aunque los personajes se expresen libremente. La participación de los Estados Unidos en los motivos de esas revoluciones y en sus esfuerzos contrarrevolucionarios, tampoco son materia frecuente de la cinta, aunque no dejan de ser mencionados, en diálogos brillantes como aquel en el que el Che le agradece a uno de los senadores de los Estados Unidos su promoción de la fallida invasión a través de la Bahía de Cochinos.

El centro de este filme no son los discursos políticos, aunque los haya, sino un personaje: el Che. Sin duda, el Che fue durante su vida y tras su muerte uno de los íconos más contradictorios en América Latina: considerado por algunos un héroe y por otros un villano, en la Bolivia de su ejecución extrajudicial se le considera un santo. Mucha tinta ha tratado de representar al mito, al guerrero y al hombre, empezando por la de sus propios diarios y de su manual para la lucha guerrillera. Sobre Ernesto “Che” Guevara se han hecho por lo menos tres biopics (filmes biográficos de ficción): la gringa Che! (dirigida por Richard Fleischer y protagonizada por Omar Sharif en 1969), la cubana Che (Miguel Torres, 1998), y la estupenda, muy conocida y de reciente estreno, Diarios de motocicleta (Walter Salles, 2004). El Che, además, ha sido personaje en filmes de otros, y su imagen es famosa en el mundo entero: la foto del Che que conocimos en camisetas, calcomanías y afiches se considera la foto más reproducida en la historia de la fotografía (imagen llamada Guerrillero heroico, que fue tomada por Alberto “Korda” Díaz, en marzo de 1960). Mucho antes de morir, el médico argentino Ernesto Guevara se había convertido en un ícono que su sacrificio en Bolivia no hizo más que consagrar.

La primera parte del filme de Sorderbergh, a diferencia de Diarios de motocicleta, no explora el nacimiento del idealismo del Che, sino el nacimiento del guerrero, del revolucionario que deja de ser un argentino, para convertirse en un hombre que lucha en cualquier país y de cualquier manera que considere necesaria. Ese Che que vemos en la pantalla es un médico compasivo, y es un maestro de analfabetas, y es un hombre fiel a su mujer en México, un hombre que cree en la justicia, así sea en la muy expedita justicia revolucionaria. Ricardo Piglia en su ensayo “El último lector” reflexiona sobre varios autores y entre ellos, el Che, autor de sus propios diarios y un lector voraz (el Che no sólo se obstinaba en hacer que sus subalternos aprendieran a leer, sino que llevaba un morral lleno de libros a los que le dedicaba las pausas de la guerra). En este libro, al reflexionar sobre el diario del Che, Ricardo Piglia señala una terrible obsesión que puede encontrarse en las notas del guerrillero: los amigos son los enemigos que aún no te han traicionado. Imagen trágica, una imagen del Che muy diferente a la que los espectadores recibieron través de la película Diarios de motocicleta, en donde el revolucionario argentino era un joven médico sensible y encantador. ¿Qué pudo haber sucedido entre ese viaje juvenil, ese Bildungsreise de Ernesto Guevara, y el diario del Che en Bolivia? El largo filme que Steven Soderbergh dividió en dos partes podría ser una respuesta a esa pregunta.

*Por Julián David Correa, publicado en: Revista Kinetoscopio No. 86. Ed. CCA. Medellín, 2009

Página en internet de la Revista Kinetoscopio

 Imagen: afiche de la película

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