LA MUERTE ES UN NEGOCIO QUE DA ASCO*
La historia de Los imperdonables (Clint Eastwood, 1992) es la suma de varias historias que conducen a un único desenlace posible, un desenlace que el espectador espera desde el comienzo con pesar y con el cosquilleo que anticipa la adrenalina. La historia de Los imperdonables es la de William “Bill” Munni (Clint Eastwood), un antiguo asesino, un tipo despiadado que mataba mujeres, niños, pistoleros y “casi todo lo que se moviera”; ese era William Munni, pero a diferencia de esa cruenta descripción, el William Munni que el espectador descubre en las primeras secuencias de la película es un hombre que ha cambiado por amor: Bill Munni se enamoró de una Claudia, se casó con ella y por ella cambió: dejó el whisky y la violencia, fundó una familia y tuvo dos hijos. William Munni adoraba a su mujer quien, después de transformar al hombre que amaba, murió. En el tiempo que transcurre durante los primeros planos del filme, Bill Munni, está solo, persiguiendo cerdos afiebrados en medio del pantano, mal alimentando a sus niños, cuidando como puede y en medio de la miseria, a una familia que es toda su vida. Los imperdonables también es la historia de dos vaqueros que borrachos cortan la cara de una prostituta, los vaqueros pagan su crimen con caballos, pero no saben que la historia en la que están envueltos también es la de un grupo de putas que han sido machacadas toda su vida por vaqueros como ellos, por despiadados machos blancos. Esas mujeres no se contentan con una multa: quieren cobrar la sangre con la sangre, y ponen valor a la cabeza de los dos tipos. Es con todo eso: con un hombre que se esfuerza por mantenerse en la redención, con el precio de dos vidas, con la codicia de justos y asesinos, y con la brutalidad de un sheriff (Gene Hackmann, quien fue varias veces galardonado por este papel), que los elementos de Los imperdonables construyen una única y durísima historia.
Los imperdonables es un filme doloroso, que ha sido ampliamente reconocido por la crítica y los espectadores. En el año de su estreno tuvo nueve nominaciones al Oscar y ganó cuatro de esos premios (Mejor película, Mejor director, Mejor montaje y Mejor actor secundario), en Inglaterra obtuvo seis nominaciones un premio de la academia británica (BAFTA), además de variados premios de la crítica y los gremios de los Estados Unidos, y de reconocimientos en países tan distantes como Japón; y, sin embargo, quizá el más importante reconocimiento que puede hacerse a este filme, es que evidenció contra toda discusión posible (junto con Cazador blanco, corazón negro -1990), la calidad de Clint Eastwood como director. Después de Los imperdonables, nadie volvió a dudar que Clint Eastwood, además de un actor inolvidable, es uno de los grandes directores de la historia del cine de los Estados Unidos.
Alguien podría decir que todas las películas del Oeste dan asco: cintas donde los actos de violencia se repiten morbosamente, en filmes que glorifican a machos blancos que desconocen cualquier ley, que abusan de los más débiles y exterminan a una docena de razas por motivos que van desde la codicia hasta la estupidez. Podría decirse eso del Western como género, pero no de todas y cada una de las películas que lo conforman. No podría decirse eso de Los imperdonables, por ejemplo, aunque los hechos que aparecen en la gran pantalla sean muy parecidos a los enumerados, y no puede decirse eso, aunque Los imperdonables causa una profunda sensación de asco, y una sensación de vacío y de tristeza. Los imperdonables produce terribles emociones, pero también y sobre todo, causa la admiración que sólo produce una obra maestra. Desde el comienzo, en Los imperdonables hay motivos evidentes de fascinación: el primer motivo es la belleza de su fotografía, que desde la imagen inicial golpea al espectador – el filme se inicia con un plano general inmóvil, en el que un hombre solo, contra la puesta del sol, termina una tumba. Sobre ese plano, el director y el guionista ponen los títulos que introducen al personaje protagónico y al filme. Desde esas primeras palabras, sorprende y encanta el brillante guión (escrito por: David Webb Peoples): la manera misma como la película se abre y como poco a poco, a lo largo de toda la cinta descubrimos que tal vez el problema no es de los filmes del Oeste, sino de todo el cine, de toda la especie y de sus historias: un camino en donde la violencia es irrefrenable y es estúpida, y medra en medio de la rabia, y está alentada por ideales que todos aclamamos, y un hombre que quiere amar y ser bueno, puede terminar siendo el responsable de la muerte por tortura de su mejor amigo (Morgan Freeman), y puede ser el asesino que masacra a media docena de vaqueros, y el autor del homicidio de un tipo al que cogen con los calzones abajo y cagando. La muerte es un negocio que da asco, y Clint Eastwood lo demuestra plano a plano, palabra a palabra, silencio tras silencio.
Los imperdonables es la historia de la cacería de dos vaqueros que cortan a una prostituta, con semejante excusa narrativa y con la descripción que aquí se ha hecho, cualquier espectador podría imaginar una cinta de constante sanguinolencia, como un Gore o un Tarantino cualquiera, pero no: los movimientos, las salpicaduras, los balazos y los silencios están tan medidos como las pocas notas que se escuchan en la impecable banda sonora. Este es un filme preciso, contenido, atormentado, como el mismo William Munni. Y es que no podría ser de otra manera, el motivo de la película lo merece: “Lo terrible de matar a un hombre es que le robas todo lo que tiene y todo lo que podría tener” (William Munni – Clint Eastwood)
*Por Julián David Correa, publicado en: Revista Kinetoscopio No. 88. Ed. CCA. Medellín, 2010.
Página en internet de la Revista Kinetoscopio
Imagen: afiche de la película
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