¿QUÉ SEREMOS AL CRECER?*
Gracias a la Biblioteca Nacional de Colombia y al Ministerio de Cultura por crear este espacio para compartir con ustedes unos minutos y unas palabras alrededor de la Revista Mito y su relación con el cine colombiano.
Para empezar, quisiera hacer un poco de contexto. Es posible que algunos ya lo hayan dicho en estos encuentros, y seguramente muchos lo dirán en el futuro: con siete años de trabajo (1955-1962), 42 números y varios libros publicados (que firmaban autores como Marta Traba y Álvaro Cepeda Samudio), la Revista Mito marcó un punto de giro en las artes y su crítica en Colombia. Todos sabemos que hoy éste es un país de muy pocos lectores, en donde se vive paralelamente una suerte de modernidad urbana, acompañada por extensísimos territorios en donde la verdad es la de los señores feudales que comercian con armas, cocaína, aceite de palma, bananos o niños, entre muchas otras cosas. Los colombianos hemos creado unas pocas cuadras de civilidad, en medio de un conjunto de naciones unidas por la violencia. En los años 50 la situación no era muy diferente: las pocas manzanas de paz y ciudadanía eran más pequeñas, y había índices de lectura aún menores, y no había televisores, y había menos cocaína, aunque la sangre se derramaba en las mismas proporciones que en este 2014.
Hoy, incluso para quienes vivimos en esas pocas cuadras en donde las artes tienen algún valor, es difícil concebir el desarrollo de una crítica que reflexione sobre las obras de nuestros creadores. Si así son las cosas en 2014, ¿se pueden imaginar lo que significaría el ejercicio de las artes y la crítica a mediados del siglo XX?
En 1955, Colombia tenía una larga tradición de centralismo y cierre de fronteras físicas y mentales, una actitud refractaria que se ejemplifica bien con las ordenes del Presidente Eduardo Santos (que gobernó de 1938 a 1942), quien dio instrucciones para que se dificultaran la entrega de visas para los judíos que escapaban de Europa, y quien al mismo tiempo ordenó que se llevara a “hoteles”, a campos de concentración, a los alemanes que vivían en este país. En 1955 la falta de diversidad y de diálogos con el mundo eran males endémicos.
¿Cómo justificar las artes y la crítica en un país anegado en sangre, prejuicios y desinformación? La página fundacional de la revista Mito, redactada a cuatro manos por Jorge Gaitán Durán y Hernando Valencia Goelkel, reconocía el valor de su empresa y al mismo tiempo, lo transitorio de ese empeño:
“Las palabras también están en situación. Sería vano exigirles una posición unívoca, ideal. Nos interesa apenas que sean honestas con el medio en donde vegetan penosamente o se expanden, triunfales. Nos interesa que sean responsables. Pero de por sí esta lealtad fundamental implica un más vasto horizonte: el reino de los significados morales. Para aceptarlas en su ambigüedad, necesitamos que las palabras sean. Necesitamos que aparezcan con la nitidez de un dibujo sobre ese fondo esencialmente ambiguo que es la existencia. Sólo después de limpiarlas, de devolverles con el análisis su dimensión histórica auténtica y de ratificar con un proceso de síntesis el enriquecimiento que les confieren las circunstancias de época, podríamos entrar a considerar problemas mayores como son los de sus relaciones con la moral y la libertad. Sería entonces el instante de recuperar los valores al separarlos de las apariencias. Sería la oportunidad de estudiar la alienación del hombre contemporáneo. Por ahora nos limitaremos a poner en estado de servicio una herramienta eficaz: las palabras. Intentaremos presentar textos en donde el lenguaje haya sido llevado a su máxima densidad o a su máxima tensión, más exactamente, en donde aparezca o una problemática estética o una problemática humana. Los lectores deberán escoger, y escogerse ellos mismos. Sospechamos la ineptitud de las soluciones hechas; por eso nos circunscribiremos a ofrecer materiales de trabajo y a describir situaciones concretas. Si nuestro método parece a algunos indirecto y hasta insidioso, les aseguramos desde ahora que sólo aceptamos el mito en su plenitud para mejor desmistificarlo y más fácilmente torcerle el cuello. Este plan de acción implica, desde luego, cierto supuestos básicos. Rechazamos todo dogmatismo, todo sectarismo, todo sistema de prejuicios. Nuestra única intransigencia consistirá en no aceptar nada que atente contra la condición humana. No es anticonformista el que reniega de todo, sino el que se niega a interrumpir su diálogo con el hombre. Pretendemos hablar y discutir con gentes de todas las opiniones y de todas las creencias. Está será nuestra libertad.”
¿Y el cine? Hasta 1955, lo que se había escrito sobre el cine en Colombia, estaba dictado por el mercadeo o por un apasionamiento de cronista cultural que carecía de profundidad. Pocas excepciones hubo, como la de Camilo Correa en Medellín que se inició como crítico preguntándose por el desarrollo de un cine colombiano, y continuando su búsqueda como cinematografista y como productor, tareas ambas en las que tuvo pésimos resultados. Tampoco puede decirse que la labor de Gabriel García Márquez en este sentido marcara una gran diferencia: Gabo como crítico cinematográfico, desarrolló su oficio en El Espectador, El Universal y El Heraldo, y a pesar de su talento en tantos otros frentes, en el caso de la crítica, los resultados que ofrecía no eran muy diferente al de comentaristas anteriores: las de Gabo eran columnas apasionadas, teñidas de opiniones políticas que poco se preguntaban por el desarrollo cinematográfico.
En 1955, año de la fundación de la Revista Mito, habían pasado poco menos de 12 meses desde la realización del filme colombiano La langosta azul, cinta experimental en la que participaba uno de los más impresionantes carteles de la cultura colombiana: el fotógrafo Nereo, y los escritores Álvaro Cepeda Samudio y Gabriel García Márquez, entre otros. Sobre esta película realizada un año antes de la fundación de Mito, ninguna de estas revistas se manifiesta. Sospechoso. Antes de ese filme, el cine colombiano había tenido un período breve y brillante, el período silente, que terminó con la llegada del sonido, y tras el silencio y la frustración de los cinematografistas, había llegado en los años 40 un tiempo cantado, sonoro e inane, con películas que imitaban los musicales mexicanos y argentinos, y que al fin no podían ni sincronizar el sonido, así que pasaron sin ruido y sin nada de gloria. Ese era el cine colombiano que existía en el año de la fundación de la Revista Mito.
Para 1955, Gabo había hecho una película, un poco de crítica y mucho de literatura. Lo mejor de la obra de Gabriel García Márquez es una presencia constante en la Revista Mito: críticas a “La hojarasca” y la primera publicación de “El coronel no tiene quien le escriba” son dos buenos ejemplos. En todo sentido, la revista Mito fue un crisol del pensamiento, y sus páginas estuvieron abiertas a obras en español y a todo tipo de traducciones que se presentaban en prosa, poesía, en ensayos sobre arte, en crónicas judiciales, y en ensayos de divulgación científica, entre otras formas de las palabras.
Como dice Jorge Orlando Melo en “Las revistas literarias en Colombia e Hispanoamérica: una aproximación a su historia.” (www.jorgeorlandomelo.com), Mito está inspirada por revistas parisinas como la Nouvelle Revue Francaise y Les Temps Moderns, la revista de Jean Paul Sartre, hecho que es muy evidente en el juego tipográfico de letras rojas y negras sobre fondo blanco, y en la influencia del existencialismo francés, el psicoanálisis y el marxismo, a los que acompañaba la búsqueda de calidad literaria y el interés en comprender la realidad nacional.
La innegable curiosidad intelectual de los creadores que participaban de Mito, y la calidad de sus textos, también se extiende al cine. Desde las primeras críticas cinematográficas de la primera Revista Mito, Colombia incursiona en una nueva manera de estar ante el cine. Lo primero que es evidente en estas críticas, como en toda la publicación, es que de parte de sus autores existe un verdadero y constante contacto con el mundo. Un contacto que se verificaba en películas, lecturas y traducciones. La primera crítica cinematográfica de la revista Mito, trata del filme Nido de ratas (On the Watwerfront, Elia Kazan, 1954), cinta sobre la que escribe Jorge Gaitán Durán: “Críticos franceses tan eminentes como Sadoul, Bazin y Doniol-Valcroze se empeñan en considerar a Kazan como un estilista, un técnico de la última moda estética, una especie de Tennesee Williams del cinematógrafo.” Desde el comienzo Gaitán Durán se esforzó por buscar algo esencialmente cinematográfico, incluso en este primer texto afirma que cuando Kazan se aleja del cine resulta retórico y artificial. En la misma línea está la segunda crítica de ese primer número, firmada por Antonio Montaña, y dedicada a Trigo Joven (Le Blé en Herbe, Claude Autant Lara, 1954): “La poesía de la novela vive en la cinta. En ocasiones su valor parece aumentar. Gana en calidad visual lo que pierde en calidad fonética. ‘Le Blé en Herbe’ como novela, muere en la pantalla. Y nace, allí mismo, una nueva versión más hermosa quizá que el original: la fílmica
En las sucesivas aproximaciones al cine que presentan los números de la Revista Mito, empiezan a revelar su talento como críticos, los colaboradores Jorge Gaitán Durán, Antonio Montaña, Rafael Gómez Picón, Guillermo Angulo, y quizá los dos más talentosos y constantes: Guillermo Valencia Goelkel y Hernando Salcedo Silva, quienes sumaron a su labor reflexiva el ejercicio del cineclubismo que en definitiva conduciría a la fundación de instituciones como la Cinemateca Distrital y la Fundación Patrimonio Fílmico de Colombia.
Estableciendo comparaciones entre diferentes creadores, y diferentes expresiones audiovisuales, Hernando Salcedo Silva escribía sobre Federico Fellini: “…Porque Fellini ama sus personajes. No los sigue indiferentemente con la cámara como impusiera en algunas películas Cesare Zavattini. Y por reflejo, también los hace amar. ¿No es esto la culminación del realismo cristiano?” Y Salcedo Silva afirma más adelante algo que puede decirse de su posición ante la crítica en general: “La belleza, la eterna y gran belleza no puede someterse al frío inventario de la razón.”
De amplia curiosidad, pero siempre con lectura analítica, Hernando Salcedo Silva no duda en criticar la crítica: “Cuando a través de las revistas de cine europeas, especialmente los intelectuales ‘Cahiers du Cinema’, se insistía sobre el genio de un director sueco, Ingmar Bergman, aumentando el entusiasmo a cada una de sus películas vistas, el precavido lector que estaba en antecedentes de otros grandes amores injustificados, (Buñuel, Wells, etc.) pensaba que ese sueco, a lo mejor era otro producto de las elucubraciones metafísico-cinematográficas del finado André Bazin y sus discípulos, sin base en la realidad.”
Las preguntas sobre el desarrollo de las artes y la labor de la crítica son constantes en todas las revistas Mito. Se puede leer en las palabras de despedida que Hernando Valencia Goelkel escribió para Pedro Gómez Valderrama, su socio en esta empresa literaria, cuando éste aceptó ser Consejero de Estado: “En el país el fenómeno le ha dado a nuestra literatura un perpetuo carácter adolescente, y a nuestros escritores una trayectoria inquietante que tiene en intensidad, en breve fosforescencia, lo que le falta luego en perfeccionamiento y en maduración (…) No somos capaces de ver que se sacrifica la expansión en aras de la comprensión, y que la finura y la tersura del análisis implican un ánimo mucho más pleno, mucho más total, mucho más generoso que el de los súbitos, e improvisados entusiasmos.”
La Revista Mito, contribuyó a que la literatura colombiana dejara atrás su adolescencia y a que el cine nacional empezara a preguntarse qué quería ser cuando fuera grande.
*Conferencia realizada por Julián David Correa en la Biblioteca Nacional de Colombia el 21 de octubre de 2014 durante los homenajes «Revista Mito o el resplandor de las ideas».
Imagen: Foto de la exposición sobre la Revista Mito en la Biblioteca Nacional de Colombia (tomada de la página del Ministerio de Cultura).
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