Michael Haneke, un desasosiego provocador

Michael Haneke, un desasosiego provocador

MICHAEL HANEKE: UN DESASOSIEGO PROVOCADOR*

 

Contra la pared tres banderas: Asturias, España y la Unión Europea. El hombre ante el atril tiene el pelo largo, lacio y blanco, como su barba: “Es hermoso y difícil ser premiado”, dice, “El porqué es hermoso no necesito explicarlo: a todos nos encanta una muestra de reconocimiento. Es difícil porque el premiado se pregunta ¿por qué yo y no uno de los muchos otros que han hecho lo mismo e incluso más en el mismo campo?”

En 2013, Michael Haneke recibió el Premio Príncipe de Asturias para las Artes, y lo obtuvo por encima de artistas de tanta calidad e influencia como Marina Abramovic. En más de tres décadas de historia, el Príncipe de Asturias para las Artes solo se ha entregado a otros cinco cinematografistas: Luis García Berlanga, Fernando Fernán Gómez, Vittorio Gassmann, Woody Allen y Pedro Almodóvar. El jurado afirmó que lo había escogido por “su creación cinematográfica de profundas raíces europeas, que constituye una personalísima aproximación de radical sinceridad, aguda observación y extrema sutileza a problemas fundamentales que conciernen o afectan individual y colectivamente”.

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Michael Haneke nació en Múnich en 1942, estudió Filosofía, Psicología y Teatro en la Universidad de Viena e inició su carrera en 1970 como realizador y libretista en radio y televisión, de manera paralela con su labor en teatro, donde dirigió obras de Strindberg y Goethe, entre otros. En 1989 estrenó su primer filme: El séptimo continente, y sus reconocimientos internacionales se iniciaron en 1996 con Funny Games, y continuaron, junto con muchos otros galardones, con cinco premios en el Festival Internacional de Cannes, entre los que se cuentan las Palmas de Oro por La cinta blanca (2009) y Amor (2012), película que también obtuvo el Óscar. 23 trabajos para cine y televisión hacen parte de la obra de Haneke, títulos que ha escrito y dirigido (excepto en dos casos en los que sólo fue guionista).

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La primera vez que Haneke estuvo en España, lo hizo para poner en escena “Cosi fan tutte” de Mozart en el Teatro Real de Madrid, un hecho que el director recuerda en su discurso justo antes de decir: “…Cuando entré en el Prado en la sala con las Pinturas negras de Goya, eso supuso una conmoción que, probablemente, nunca olvidaré. Empecé a temblar y tenía dificultad para mantenerme en pie. Rápidamente salí de la sala porque no lo aguantaba. Pero tenía que volver. Cada vez que mi trabajo en el Teatro Real me lo permitía, regresaba para exponerme a las sensaciones que esta obra provoca en mí.”

La reacción de Haneke ante la obra de Goya, se parece al efecto que causan muchos de sus filmes: hay algo enigmático e intimidante en el cine de Haneke, un desasosiego inolvidable que se hace visceral, que no se queda en los ojos y gotea hasta hacerse pesadilla. En términos estéticos todo lo que el espectador contempla sucede a plena luz y es realista: una calle desde la que se espía entre los autos, un pastor que anuda cintas blancas en los niños para recordar la pureza, una anciana que agoniza, una profesora de piano que mutila sus genitales en un baño blanco. Haneke quiere presentar la realidad sin artificios ni efectismo, todo es real, lógico, e incluso podría decirse que en la pantalla todo resulta emocionalmente frío, y sin embargo, lo que estas imágenes y diálogos provocan es una conmoción orgánica que acompaña al público mucho tiempo después de dejar la sala. No se trata de que Haneke quiera manipular a los espectadores, al contrario: Haneke rechaza el carácter de feria que con frecuencia se impone sobre los valores artísticos de la expresión audiovisual, y se revuelve contra la competencia que el cine tiene con otros bienes culturales que tratan de captar el dinero de los espectadores, a través de productos mediáticos que trivializan estéticas y contenidos. Para Haneke, el creador cinematográfico tiene una responsabilidad con el arte y con el público, una responsabilidad proporcional al poder que tiene el cine por encima de las demás artes:

“El cine es un medio de avasallamiento”, afirma Haneke entre el rojo y oro de España: “Ha heredado las estrategias efectistas de todas las formas artísticas que existían antes que él y las usa eficazmente. Todos conocemos el efecto de los cuadros de tamaño sobrenatural y de los sonidos sobre nuestra pulsación y nuestro bienestar general. En eso radica la fuerza del cine y su peligro. Ninguna forma artística es capaz de convertir tan fácil y directamente al receptor en la víctima manipulada de su creador como el cine. Este poder requiere responsabilidad. ¿Quién asume esta responsabilidad? (…) ¿La manipulación no es lo contrario de la comunicación? ¿Y no es la comunicabilidad y el respeto ante el tú del receptor una condición básica para poder hablar de arte en general?”

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En términos de estructura narrativa, la obra de Haneke ha buscado eludir las explicaciones fáciles y ha querido estimular la acción del espectador. Algunos trabajos han sido extremos en esta propuesta, como 71 fragmentos de una cronología del azar de 1994 (tercera parte de la trilogía sobre la violencia en la sociedad moderna, junto con El séptimo continente de 1989 y el Video de Benny, de 1992), un filme compuesto por fragmentos de actividades cotidianas que se acumulan con un tempo que emula el desarrollo de sucesos similares en la vida, lo que en la película causa una sensación de lentitud y falta de sentido, lo que en esa época justificaba Haneke de la siguiente manera: “El cine comercial nos hace creer que lo sabemos todo. En la literatura del siglo XX, al menos en la de la segunda mitad, no hay ningún escritor que se haya atrevido a dar la impresión de conocerlo todo. Es la fragmentación la única forma de abordar un tema con sinceridad. Al mostrar pequeñas piezas, la suma de esos fragmentos da al espectador la posibilidad de escoger a partir de sus propias experiencias.”

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Tras 45 años de trabajo, los temas de Haneke no han sufrido grandes variaciones: todo su cine contempla el amor, la muerte y la cosificación (como diferentes formas de violencia, no siempre explícitas). Lo que se ha transformado con los años es su técnica, cada día más precisa y distante, una creación que cada vez con menos elementos, tiene una mayor capacidad para evocar sensaciones y provocar el pensamiento del espectador. Con Haneke, como con la vida, nunca se sabrá con certeza las razones de una tragedia o de la entrega de un premio, pero en el ejercicio de descubrir esos motivos y de asumir esas realidades, nuestra creatividad e inteligencia, y nuestra capacidad para disfrutar la belleza se habrán fortalecido.

*Por: Julián David Correa R. Publicado en Kinetoscopio 109

www.kinetoscopio.com

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