Para la gente de Córdoba
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Llueven pajaritos muertos, así es el clima en San Pelayo: el viento es tan caliente que llueven pajaritos muertos. Seguro Don Gabo lo hubiera descrito así. “Don” porque Gabriel García Márquez es el único que merece ese título, él es el más grande, y “Gabo” porque todos en el Caribe y en las sabanas somos confianzudos.
Yo nací en Buenavista, pero también trabajo en San Pelayo, en Montería y en otros municipios de Córdoba. Quería estudiar Literatura o Medicina, pero en el colegio era bailarín de mapalé. Me enseñó el profe José Heriberto Mosquera Perea, al que todos siempre le han dicho Bambazú. Es un maestro del Chocó que llegó a Ayapel y en los setentas creó el ballet folclórico de ese municipio y a todos por aquí nos enseñó a bailar.
Bambazú, que parece un santo alumbrado con triqui triqui, decía que el mapalé es un baile muy fuerte porque la raza negra es fuerte, y nos decía que no tuviéramos miedo de innovar con nuestros bailes, que no copiáramos o que si copiábamos lo hiciéramos para mejorar no para ser como los demás. Con Bambazú íbamos a los festivales de otros municipios y nos poníamos a ver a los mejores, después nos traíamos esas coreografías y las perfeccionábamos, y al final los que ganábamos los concursos éramos nosotros. Así hicimos con el paso del ciempiés, era con ese paso que cerrábamos nuestro mapalé: nos cogíamos de las cinturas, nos movíamos igualito que un ciempiés, y subíamos y bajábamos, y yo siempre iba de penúltimo en la fila porque era el más fuerte y una chiquita se agarraba de mí y la levantábamos en el aire.
El mapalé es un pececito que cuando lo sacan del agua chapalea y se menea hasta morir, y es por eso que nuestro baile se llama así, nuestro baile que los esclavos negros bailaban desde los años mil seiscientos, y que seguramente al comienzo eran muchos bailes africanos que se volvieron uno solo cuando a mi gente la pescaron con redes y la trajeron hasta América amarrada con cadenas. Pescaítos muertos todos.
El pececito del mapalé tiene la piel brillante y desnuda, y nosotros bailamos casi desnudos, con la piel brillante de sudor. Mis bebés que ya son grandes, más altos que yo, uno baila y estudia y otro va para futbolista profesional. Mis hijos siempre han sabido que esos movimientos son del sexo, y así son y así deben ser, sin vergüenzas que aquí todos somos confianzudos. Al ritmo del quitambre y del yamaró, de esos tambores y de nuestros coros movemos los cuerpos con la energía caliente de esta tierra y del África, nuestros cuerpos son siempre sensuales y brillantes, enérgicos e incansables; pero no siempre bailamos con los movimientos del sexo, a veces somos tigres cazando, a veces somos garzas de la ciénaga de Ayapel, a veces somos guerreros africanos, y a veces somos peces atrapados en la red que llevamos a la tarima y de la que, al final, siempre resucitamos porque lo nuestro es crecer y crear e inventar cosas chéveres con las historias más tristes.
Las tierras del río San Jorge y del Sinú, y de todo el Caribe están hechas con las sangres negras de una docena de pueblos africanos que trajeron como esclavos, y llevan la sangre de los zenúes y de otros indios humillados, y la sangre de los colonizadores blancos y de los sirios y los libaneses que llegaron hasta América escapando del hambre, y con tantas sangres y tantos ritmos, y con todas esas tristezas, hemos hecho cosas tan bellas como el mapalé de Buenavista, la cumbiamba de Cereté o el porro de San Pelayo.
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Julián David Correa R.
«2024: Mapalé»
del libro Mundos posibles. Crónicas de la cultura en Colombia.
Bogotá: Editorial Planeta, 2025.
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* Imagen: foto tomada de la página en Facebook del
25o. Festival del Mapalé en Buenavista, Córdoba.
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